
Cada año, miles de estudiantes en América Latina diseñan emprendimientos desde las aulas universitarias. Sin embargo, el porcentaje que llega a lanzarse al mercado sigue siendo bajo. ¿Por qué?
La región goza de una actividad emprendedora pujante. Los programas de incubación proliferan en las instituciones de educación superior. Las aulas están repletas de energía creativa: estudiantes identifican oportunidades, perfeccionan modelos de negocio y presentan sus creaciones en competencias de sales pitch. Sin embargo, la mayoría de estos emprendimientos, algunos con alta innovación y gran potencial de mercado, nunca avanzarán más allá de esta fase.
El emprendimiento es seductor, al menos en sus fases iniciales. El proceso de idear y diseñar un negocio es relativamente fácil: es creativo, teórico y gratificante. La ideación y diseño de un negocio ocurre en un entorno controlado, donde las decisiones pueden ajustarse fácilmente sin consecuencias reales. Diseñar un modelo de negocio, crear una presentación atractiva y calcular el tamaño del mercado son tareas estimulantes porque permiten explorar ideas sin asumir riesgos. Por ejemplo, si los números financieros del modelo no cuadran, el estudiante puede ajustarlos y plantear unos nuevos con mucha facilidad. Al final, todo este proceso es una simulación.
Por razones de calendario, las universidades tienden a concentrar sus intervenciones en las primeras fases del emprendimiento, donde las ideas aún están en desarrollo y no han llegado a la ejecución. Programas como competencias de sales pitch, mentorías e incubadoras son fáciles de estructurar, evaluar y replicar dentro del entorno académico. Además, el reconocimiento que reciben los estudiantes en estas instancias –ya sea a través de premios o elogios de un panel de expertos– refuerza la sensación de progreso, aunque esto no siempre se traduzca en la materialización del negocio.
Este entorno de baja fricción de mercado crea una falsa sensación de avance. Muchos estudiantes se enamoran de la idea de ser emprendedores, pero nunca dan el salto hacia la ejecución de sus ideas. Diseñar una aplicación en una presentación de PowerPoint es fácil; convencer a los primeros clientes para que la descarguen y paguen por ella es otra historia.
El verdadero desafío comienza cuando llega el momento de lanzar el negocio al mercado, asegurar recursos y enfrentar la fricción del mundo real. Este proceso requiere de una inversión inicial no solo emocional, sino también económica. Por el lado emocional, los estudiantes tienen que recurrir a altas dosis de tenacidad y perseverancia para sortear todos los retos que el mercado presenta hasta lograr sus primeras ventas. Mientras que, por el lado del acceso a financiamiento, es claro que este no abunda en muchas economías de la región, especialmente en los mercados más pequeños, donde los amigos, familiares, fondos no reembolsables y ángeles inversionistas son escasos.
Aunque se ha avanzado mucho en servicios de asistencia técnica al emprendedor, el problema actual radica en que el apoyo académico y gubernamental rara vez va más allá de la fase de ideación. Las competencias de sales pitch y las incubadoras suelen considerarse como evidencia de un ecosistema emprendedor saludable, pero ganar una competencia no garantiza la creación ni mucho menos la supervivencia de un negocio en el mercado.
El obstáculo más grande para los emprendedores que deciden lanzar su empresa es superar el “Valle de la Muerte”: el periodo entre el lanzamiento de un producto y la obtención de ingresos sostenibles, normalmente, de hasta tres años. Durante el lanzamiento, los gastos aumentan rápidamente a medida que la empresa empieza a operar, pero los ingresos tardan en llegar. Esto es aún más grave para empresas de alta tecnología o del sector salud, ya que sus ciclos de flujo de efectivo son más largos. Sin capital semilla para cubrir esta brecha, los emprendimientos no tienen forma de sostenerse el tiempo suficiente para alcanzar el punto de equilibrio.
En mercados de capitales desarrollados, como Estados Unidos, este es el momento en el que suelen intervenir los familiares y amigos de los emprendedores, los inversores ángeles o los fondos de capital de riesgo enfocados en la etapa de presemilla y semilla. Sin embargo, en muchas economías latinoamericanas, el ecosistema de capital emprendedor está subdesarrollado y concentrado en la fase de crecimiento. Incluso en mercados más grandes como Brasil, México y Chile, este capital está más enfocado en la expansión que en la etapa temprana. Para emprendimientos en economías más pequeñas, las opciones disponibles de acceso al capital emprendedor se pueden contar con los dedos de una mano.
El resultado de este desbalance es predecible: muchos emprendimientos prometedores nunca ven la luz del día porque no logran ir del aula al mercado. El problema no es que las ideas sean malas; es que el componente financiero del ecosistema para etapa temprana sigue siendo limitado.
Si queremos consolidar nuestros ecosistemas emprendedores, los gobiernos, las universidades y el sector privado deben incluir en su intervención recursos para ir de la idea a la ejecución. Esto implica no solo facilitar el acceso al capital en las primeras etapas, sino también ofrecer apoyo durante el proceso de lanzamiento.
Las siguientes son algunas ideas para avanzar en esta dirección:
1) Incorporar en los programas de estudio de secundaria y pregrado la enseñanza sobre descubrimiento y diseño de oportunidades de negocio.
En vista de lo dicho, sería interesante incorporar estos procesos educativos desde la enseñanza secundaria y, como máximo, en los programas de pregrado, de manera tal que las instituciones de posgrado puedan enfocar sus esfuerzos en la enseñanza de la ejecución, escalamiento y fondeo de las ideas de negocio.
2) Formación en inteligencia emocional.
Los programas de emprendimiento deben preparar a los estudiantes para enfrentar los desafíos emocionales de la fase de ejecución. El desarrollo de la resiliencia y la capacidad de adaptación es crucial para superar las primeras etapas de incertidumbre y rechazo con una adecuada salud mental.
3) Ampliar el apoyo financiero y coordinación más allá de la generación de ideas. Los programas gubernamentales, privados, y académicos deben ampliar su alcance hacia la fase de ejecución. Esto implica no solo ofrecer opciones de financiamiento para prototipos, contratación inicial y adquisición de clientes, sino reducir las trabas burocráticas que existen en las escasas opciones actuales. Los resultados de otros ecosistemas demuestran que las subvenciones y los préstamos a bajas tasas de interés pueden ayudar a los emprendimientos a superar el “Valle de la Muerte”.
4) Desarrollar redes de inversión en etapa temprana. Centroamérica necesita más redes locales de ángeles inversionistas y fondos de capital semilla. Hay ejemplos exitosos en países como México, Brasil, Chile, y Argentina. Los gobiernos pueden ofrecer incentivos fiscales para fomentar estas inversiones y reducir el riesgo de modo que más personas inviertan en este tipo de activos.
5) Promover modelos de financiamiento alternativos. El financiamiento basado en ingresos, las notas convertibles y los modelos financiados por clientes ofrecen soluciones innovadoras para emprendimientos que no tienen acceso a capital tradicional. Las plataformas de crowdfunding también son una opción viable que ha sido poco aprovechada en la región a pesar de su éxito en países como Estados Unidos.
Para consolidar un ecosistema emprendedor sólido en la región, se necesita ampliar el apoyo a la etapa de lanzamiento de la empresa, desarrollar redes de inversión en etapa temprana, ofrecer modelos de financiamiento alternativos y preparar a los fundadores para enfrentar los desafíos reales del mercado.
El futuro del emprendimiento en la región no depende solo de generar más ideas de negocios. Depende de crear las condiciones para que esas ideas se conviertan en empresas sostenibles.
francisco.perezcamacho@bocconialumni.it
Francisco Pérez es educador en emprendimiento, desarrollador de ecosistemas emprendedores y fellow del Newton Venture Program del London Business School.