
Empezaré por agradecer al doctor Luis Diego Herrera Amighetti, quien es un destacado médico, especialista en Psiquiatría Infantil, con quien me une una amistad “que el tiempo y la distancia no han borrado”, el análisis de mi comentario en esta sección (16/09/2025). De hecho, soy fan de sus ensayos periódicos en La Nación y nada más jodido (en buen tico) que discutir sobre un tema con una persona que, además de inteligente, está bien informada y es hábil polemista.
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Sin embargo, sobre los comentarios a mi artículo, debo hacer un par de aclaraciones en la defensa de mi tesis, iniciando con la desambiguación semántica. La computadora de mano (CM), que el mal uso y la costumbre han reducido a teléfono celular y cámara fotográfica, es un invaluable dispositivo tecnológico de aprendizaje moderno con múltiples funciones (tal vez unas 50), que se desaprovecha.
Como fácilmente y en forma gratuita pueden instalarse ChatGPT, MsCopilot o MetaAI, el docente tiene todo el conocimiento del mundo a su alcance y los alumnos tendrían acceso a un uso creativo e instructivo mediante el celular, digo, mediante su computadora de mano.
Me permití ilustrar la evolución de la computadora de la manera siguiente: roomtop, desktop, laptop y, finalmente, palmtop, esta última es la computadora de mano, mal llamada teléfono celular o, simplemente, celular.
Para no vestirme con ropa ajena, esta evolución tecnológica de la compu ha sido inspirada por escritos del ingeniero Roberto Sasso, frecuente colaborador de la “Página Quince” de La Nación.
Estoy de acuerdo: en Costa Rica debe prohibirse la función telefónica de la microcomputadora en clase, lo cual se logra con una simple orden del docente o, si se quiere, mediante una directriz general como norma elemental de conducta o comportamiento en clase.
Por tanto, en condiciones ideales, el estudiante llevaría en el salveque o mochila, la lonchera y su computadora manual (o celular) con la clara instrucción de que está prohibido su uso para cualquier otro fin que no sea el proceso de enseñanza-aprendizaje, dentro del plan de trabajo escolar.
Tal vez el problema sea el docente, por varias razones: falta de interés en la inteligencia artificial (IA), desconocimiento del uso de nuevas herramientas informáticas o deficiente estrategia de motivación al alumno en cuanto a su uso productivo junto a la fijación de límites en la disciplina escolar.
Viene al caso el ejemplo de mi artículo anterior: en clase, no se permite abrir la lonchera y tampoco jugar con la bola u otro juguete, y en forma similar, tampoco se puede usar el celular para chatear. En otras palabras, en clase debe mantenerse atención a las actividades planeadas y, cuando el docente lo disponga, se hará uso de la computadora manual como una acción planificada de antemano.
Sin embargo, la situación real parece ser más de desconfianza y rechazo o, quizá, de temor al cambio en la tecnología educativa. Pero pienso más bien que el problema es que no se entiende que el celular es, en realidad, una potente minicomputadora y por ello debe promoverse su uso creativo en todos los niveles de enseñanza.
Aclaro, de una vez por todas, que el uso de la función telefónica del celular en clase es una aberración y un distractor que confabula contra las actividades docentes, por lo que debería estar prohibida esa función telefónica.
Es una lástima que, por mi formación docente universitaria, no tengo experiencias del uso del celular en escuelas y colegios, excepto el caso de una alumna de tercer grado, cuyo caso conté en mi artículo anterior.
Tal vez otros ejemplos serían importantes como ilustración. Este agosto hizo dos años, me permití hacer una demostración práctica de ChatGPT en la UNED, con motivo del 45.° aniversario del inicio de lecciones, y no percibí el menor interés ni de autoridades ni de docentes.
Una vez, en otra universidad, me acusaron de que siendo el curso presencial, estaba usando mediación pedagógica por computadora. Esto motivó presencia de autoridades de Conesup, de cuya “acusación fui absuelto”.
Un caso positivo derivó de una visita al dentista, cuyo resultado fue una invitación a una conferencia sobre la microbiota oral con datos tomados –ya ustedes se imaginan de dónde– de mi viejo celular, un iPhone 7.
Para demostrarle su versatilidad y potencia del método al profesor de Periodoncia, le presenté, en forma escrita y oral, un programa de su materia para un curso de un cuatrimestre que en un par de minutos confeccionó la IA. La mención de estos casos es para evidenciar que los docentes y los alumnos pueden ser ignorantes o renuentes al uso de la “computadora manual” y sus aliados naturales, como la IA.
Concluyo: no me extraña que, como lo hizo Frank Ludder en tiempos de la Revolución Industrial, hoy haya opositores a una nueva tecnología educativa.
En fin, siempre hay resistencia al cambio y, a veces, la adopción de nuevas tecnologías requiere tiempo. Y también a veces el peligro es mantenerse en modo negativista por miedo al cambio, con el romanticismo de que todo tiempo pasado fue mejor.
Ahora que se habla de tan graves problemas en la educación pública estatal, el peligro es una vuelta al pasado docente y seguir haciendo más de lo mismo. Se ha prohibido la función telefónica del celular en clase en muchos países y estados de Estados Unidos, y esa es una medida disciplinaria correcta. Sin embargo, su potencial como herramienta de aprendizaje aún no se dimensiona: es una versátil minicomputadora tipo palmtop.
Orlando Morales Matamoros es exministro de Ciencia y Tecnología y exvicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica (UCR).