En Costa Rica, la democracia no es solo una forma de gobierno: es un componente esencial de nuestra identidad nacional. La paz que respiramos, la estabilidad institucional que nos diferencia en la región y la confianza con la que cada ciudadano deposita su voto en las urnas han sido posibles gracias a un pilar que no debemos poner jamás en duda: el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
Enlodar la credibilidad del TSE es un ataque directo al corazón de nuestra democracia. Más que una ofensa institucional, es un golpe profundo a nuestra historia, a nuestro compromiso cívico y a la memoria colectiva de una nación que, tras una dolorosa guerra civil en 1948, juró nunca más enfrentarse entre hermanos. Por eso, cuando el propio Tribunal afirma con fuerza que “nada justifica reabrir esta herida”, lo hace como guardián de la paz, como centinela de ese juramento nacional de nunca más matarnos por el poder.
Observamos con creciente preocupación señales que jamás habíamos visto en procesos electorales recientes. Hay intentos de deslegitimar las reglas del juego, discursos incendiarios que atizan la polarización, y comparaciones peligrosas que equiparan la elección democrática a un llamado al levantamiento. ¿Cómo es posible que la llamada fiesta democrática se quiera transformar en un campo de batalla?
Elegir no es exterminar al otro. No somos enemigos; somos hermanos que, en medio de nuestras diferencias, compartimos un mismo destino. La pluralidad no debe ser vista como una amenaza, sino como una riqueza. La contienda electoral no es una guerra, es un momento de participación activa, responsable y profundamente pacífica.
Como dijera John F. Kennedy: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti: pregunta qué puedes hacer tú por tu país”. Lo que debemos hacer por nuestro país es defender la institucionalidad que garantiza que todos tengamos voz. Y como afirmó Christine Todd Whitman: “Votar es la única manera de hacer un cambio en una democracia”. En las urnas, no en la violencia, está la vía para transformar a Costa Rica.
Apoyar al Tribunal Supremo de Elecciones no es un acto político, sino un acto patriótico. No se trata de defender a un grupo de magistrados, sino de cuidar la paz y la legalidad que nos ha dado décadas de desarrollo y respeto mutuo. Cada palabra que busque socavar su legitimidad es una bofetada a la sangre derramada en 1948 y a los esfuerzos de reconciliación que nos trajeron hasta aquí.
No podemos permitir que la desinformación, el populismo o la ambición de poder borren décadas de construcción democrática. Debemos cerrar filas alrededor del TSE. Porque en Costa Rica la democracia no se impone por la fuerza: se construye con votos, con respeto y con instituciones fuertes.
Defender al Tribunal es defendernos a todos.
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Germán Salas Mayorga es periodista.
