
Los abajo firmantes, como médicos, juramos evaluar, tratar y aliviar el sufrimiento de otros seres humanos independientemente de su origen, edad, color de piel, género, religión, estatus social y creencias culturales y políticas.
Como miembros de una comunidad global, en los últimos meses y gracias a los medios sociales, hemos sido testigos involuntarios de catástrofes humanas de proporciones apocalípticas difíciles de entender, pero imposibles de ignorar.
No nos referimos al sufrimiento masivo provocado por terremotos, inundaciones u otros desastres naturales. Nos referimos a crisis humanitarias causadas por la guerra incluyendo deprivación intencional de servicios básicos (agua, comida y medicamentos) contra poblaciones civiles indefensas. Balas, misiles y bombas dirigidas deliberadamente contra escuelas, hospitales, campamentos de refugiados y centros de distribución de comida.
De los aproximadamente 56 conflictos armados en el mundo, dos de ellos destacan por su magnitud y perversidad. De acuerdo con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR) desde febrero de 2022, cuando las fuerzas armadas rusas invadieron Ucrania, más de 42.000 civiles han sido heridos o asesinados, en cuenta 2.500 niños.
En relación con Gaza, el director regional de Unicef, Edouard Beigbeder ha dicho: “Desde el 18 de marzo, 1.309 niños han muerto y 3.738 han sido heridos. En total, se han reportado más de 50.000 niños muertos o heridos desde octubre del 2023″. Y se pregunta: “¿Qué nivel de horror se tiene que proyectar para que la comunidad internacional finalmente dé un paso al frente, use su influencia y tome acciones decisivas para forzar el fin del despiadado asesinato de niños?”.
Nosotros estamos de acuerdo y desde hace rato. Y es por eso que nos dirigimos al pueblo costarricense. Hay quienes ignoran las noticias y las imágenes; porque no se han enterado o no les afecta o sienten que no les corresponde. No se puede ignorar el mal, mucho menos se le puede aceptar o normalizar. En las palabras de Albert Einstein: “El mundo es un lugar peligroso para vivir, no por los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada al respecto”.
Hay quienes justifican estas muertes como daño colateral o como una retribución (o venganza) por otras atrocidades. A ellos les recomendamos una seria introspección de sus almas y revisión de sus conciencias y sus valores.
Los abajo firmantes hemos sentido la necesidad de manifestar públicamente nuestro disgusto ante estos crímenes contra la humanidad. No sentimos ninguna ilusión por el impacto que nuestra opinión pueda tener como para mover a los responsables a detener las atrocidades. Pero sí estamos convencidos de que el hecho de que estos conflictos no estén ocurriendo en Desamparados o Escazú, sino a 11.000 y 12.000 kilómetros de distancia de Costa Rica, no les debería restar importancia.
La muerte de un niño es una tragedia; la muerte de un niño por una bala es un crimen, tanto en Costa Rica como en Mongolia. O todos somos humanos o ninguno lo es.
¿Qué podemos hacer como nación entonces? ¿Qué podemos ofrecer como costarricenses? No siendo juristas ni jueces de una Corte Internacional de Justicia, no nos corresponde identificar culpables ni tratar de distribuir porcentajes de culpa. Sí creemos firmemente que ninguna atrocidad justifica la anterior o la siguiente, porque al final, y como sabemos por la ley del talión (“Ojo por ojo, diente por diente”), simplemente se siguen perpetuando, generación tras generación. Gandhi atinadamente decía que la política del ojo por ojo dejaría al mundo ciego.
Como ciudadanos, tenemos dos propuestas específicas.
La primera va dirigida al Poder Ejecutivo de la República, para que les extienda una invitación abierta y pública a los líderes de Rusia, Ucrania, Israel y el Estado Palestino a que vengan a Costa Rica a discutir y dirimir sus diferencias con el objetivo de detener la barbarie y crear las bases de una paz sostenida.
Estamos convencidos de que en Costa Rica tenemos la experiencia y la capacidad (en la Universidad para la Paz, por ejemplo) para crear un ambiento propicio para el diálogo en condiciones seguras, respetuosas y neutrales. Como costarricenses, estaríamos muy orgullosos de saber que nuestra política es la de tener la puerta abierta al diálogo, la conciliación y el compromiso como un requisito para la paz.
Bien que mal, nuestro país ha demostrado desde 1948 cómo se puede vivir sin armas y con diálogo, y cómo respetarnos las opiniones sin que medien conflictos armados contra los que no piensan igual. En eso, podemos ser un ejemplo para el mundo.
Al Poder Legislativo le proponemos presentar y discutir un proyecto de ley para prohibirles la entrada a miembros de las fuerzas armadas rusas, israelíes y de las organizaciones Hamás y el Yihad islámico palestino. Adicionalmente, proponemos que se cobre el equivalente de $1.000 para la visa de turista a otros ciudadanos rusos e israelíes que tengan intenciones de visitar Costa Rica para disfrutar de nuestras playas, volcanes, naturaleza y, por qué no decirlo, de nuestra paz. Se excluirían ciudadanos de esos países que tienen familiares o vienen por trabajo.
Sugerimos, además, que el dinero recaudado por esas visas sea donado en su totalidad a las autoridades de Ucrania y Palestina para comprar medicamentos, comida y agua. Consistentes con nuestra tradición antibélica, pediríamos una restricción absoluta para la adquisición de armamento.
Esto no es trato discriminatorio. En estos momentos, existen 16 países en el mundo que no aceptan turistas israelíes y al menos siete países no permiten la entrada de turistas rusos.
Un proyecto de esta envergadura enviaría un mensaje simbólico al mundo para demostrar que Costa Rica no está dormida en sus laureles, sino que quiere ser un actor activo en la defensa de la justicia y los derechos humanos a nivel mundial.
La decencia humana no tiene raza, color, religión, edad ni género. Desgraciadamente, la violencia tampoco. Nos corresponde a todos los ciudadanos del mundo con una conciencia del bien y del mal decir que esto no está bien. Como diría Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz en 1986: “Ser neutral en situaciones de injusticia, es tomar partido con el opresor”.
A ustedes la palabra.
alfredo.gei@gmail.com
Médicos firmantes: Alfredo Gei Brealey, José Luis Gonzalo Díaz, Eida Redondo Murillo, Eva Acuña Chinchilla, Sandra Vargas Lejarza, Carlos Wu Chin, Vilma García Camacho, Sergio Benavides Flores, Ana Cristina Jiménez Sancho, Luis Diego Ramírez Guerrero, Delia Vaughan Sanou, Jorge Arturo Arce Jiménez, Carlos Marín Monge, Sonia Uribe Medrano, Nelson Acuña Durán y Marianella Gei Alvarado.