
El Programa Estado de la Nación invita cada año a los partidos políticos a reflexionar sobre los hallazgos de sus informes más recientes para saber cómo estamos en materia de desarrollo humano, pobreza, desigualdad, educación, empleo, ética pública. Pero, lamentablemente, pareciera que los partidos de corte evangélico en Costa Rica ya no escuchan a las instituciones, ni siguen las Escrituras y mucho menos prestan atención a sus votantes.
Hace un par de décadas, miles de costarricenses de fe vieron en el surgimiento de partidos con identidad cristiana evangélica una esperanza, una alternativa moral frente a la corrupción, la mentira y la indiferencia de la vieja política para afrontar los grandes retos y urgentes necesidades, sobre todo de los más necesitados y olvidados.
Sin embargo, ese anhelo se ha ido desvaneciendo elección tras elección. Hoy, muchos creyentes se sienten traicionados y desilusionados por líderes que han terminado repitiendo los mismos errores que criticaban, e incluso peores, matizados de ambiciones personales, luchas internas, incoherencias, mediocridad y alianzas oportunistas.
Los políticos evangélicos, provenientes de varios partidos, han logrado conquistar alrededor de 25 curules en la Asamblea Legislativa, con lo que generaron una ola de expectativas entre los creyentes. Muchos votantes esperaban no solo la promoción de una agenda conservadora en asuntos como la defensa de la vida, el matrimonio o la eutanasia, sino también propuestas concretas para lidiar con los grandes males del país: pobreza, delincuencia, crimen organizado, deficiente educación pública, limitados servicios de salud y desempleo. Este último golpea especialmente a jóvenes, mujeres y comunidades rurales, costeras y fronterizas.
Sin embargo, en muchos casos, el fervor religioso fue usado como vehículo electoral y no hubo un compromiso genuino con la transformación social, lo cual dejó una sensación de desencanto entre quienes creyeron que la fe se podía traducir en políticas públicas.
El llamado de instituciones, cámaras y organizaciones sociales en estas elecciones a generar espacios de análisis serios y coherentes debería ser una prioridad y una oportunidad para todos, pero especialmente para las personas de fe, para reflexionar profunda y pausadamente antes de decidir a quién dar su valioso voto.
No basta con invocar a Dios en discursos o en campañas; el verdadero testimonio cristiano se demuestra con responsabilidad, trabajo y coherencia ética, y en eso, como en muchas otras áreas, estos partidos han quedado muy en deuda con sus votantes de fe y con el país.
Miles de votantes evangélicos están cansados de que su fe sea utilizada como botín y trampolín político. Quieren ver proyectos que unan, no que dividan; que edifiquen, no que manipulen; que concilien y no que ataquen; que lleguen a consensos y no se vendan.
Por eso, los votantes cristianos buscan hoy alternativas electorales más amplias, que reflejen valores espirituales y, además, demuestren capacidad, honestidad, transparencia y un compromiso real para resolver los grandes retos del país y busquen el bien común.
El desencanto no es –ni debe ser– con la fe, sino con quienes la han usado como herramienta de poder y ambición. La fe verdadera no necesita banderas ni discursos vacíos; se demuestra con integridad, con humildad y con servicio al prójimo.
Ha llegado la hora de limpiar el templo político de los mercaderes de la fe y volver a lo esencial: servir con la verdad, sin máscaras ni doble moral. Solo así podrán renacer el respeto, la credibilidad y la fuerza moral que alguna vez inspiró el voto cristiano evangélico en Costa Rica.
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Arturo Barboza Berrocal es comunicador especializado en Estrategias y Política.