
Pareciera lejano, incluso extremista, pensar que Hugo Chávez y Rodrigo Chaves podrían tener paralelismos de estilo en sus formas de gobernar que, aunque no son equiparables en todo, presentan similitudes preocupantes. Sin pretender igualar contextos ni consecuencias, vale la pena analizar cómo ciertos patrones se repiten desde Caracas hasta San José.
La retórica para descalificar. Chávez usó excesivamente las cadenas nacionales de TV para descalificar a sus adversarios, lo que le dio réditos y generó un culto a la personalidad.
Chaves aprovecha sus conferencias de prensa para dirigir ataques sistemáticos con una retórica bien planificada: que lucha contra las élites, la clase política, los corruptos y, de paso, se presenta como víctima de un sistema que no le permite hacer nada.
Debilitamiento institucional. Chávez socavó la institucionalidad, concentrando poder en sí mismo y debilitando al Congreso, los partidos políticos y el Poder Judicial. Además, tomó por asalto las instituciones autónomas y las empresas del Estado, que llenó con gente afín y servil a sus intereses.
A Chaves le quedan pocas instituciones y jerarcas por enfrentar, después de haber erosionado a la Asamblea Legislativa, la Contraloría, la Fiscalía, el Poder Judicial, exponer públicamente los nombres de jueces –antes de que resuelvan casos y después de que lo han hecho– y, más recientemente, al Tribunal Supremo de Elecciones, hasta con llamamiento a la sangre incluido.
Ataques a la prensa. Chávez no aguantaba la crítica ni el periodismo independiente; por eso, con intencionalidad, provocó un entorno hostil para los medios. Los acosó, hostigó y atacó públicamente llamándolos “enemigos del pueblo”, “oligarcas” o “traidores”.
Aquí, Chaves llamó a la prensa “canalla” y “sicarios políticos”, no sin antes procurar su desprestigio y promover su descrédito mientras acumula sentencias por violación a la libertad de prensa, que él tilda de ridículas. Propuso “democratizar la pauta”, un mecanismo que busca castigar a los medios críticos del gobierno y premiar a personajes con micrófono de algunos canales en TikTok, que ahora, con pauta estatal, saltaron más allá de la famosa red social.
La acumulación de poder. Uno de los grandes golpes infligidos por Chávez –y continuados por Maduro– fue la absorción de los poderes del Estado, reformándolos y concentrándolos en su figura al cooptar las instituciones y eliminar las reglas, actuaciones y personas que se opusieran a su voluntad.
La institucionalidad costarricense no está exenta de ese patrón. Chaves alega que no se le permite gobernar y dirige su discurso hacia una supuesta lucha contra burócratas con intereses particulares que impiden el progreso. Plantea la idea de 38 diputados afines en las próximas elecciones, el número mágico para reformar la Constitución, rediseñar las instituciones y nombrar a los integrantes de esa estructura que tanto critica.
Riesgos para la democracia. La democracia es abstracta; muchas personas pueden creer que no tiene un impacto directo en su vida cotidiana y, por eso, quienes la pulsean la pasan mal, quieren mejores oportunidades y no han tenido acceso a condiciones para mejorar su calidad de vida, podrían estar dispuestos a sacrificarla –por imperceptible que es– ante discursos que congreguen el desahogo de su enojo contra el sistema. No es que ese enojo no sea válido o justificado, pero las formas importan y el fondo, más aún. El autoritarismo, el populismo, la demagogia y la afrenta permanente a sus cimientos más elementales son una enfermedad a nuestro contrato social.
Los populistas son atractivos porque se nutren de aquella promesa mesiánica de luchar contra el sistema corrupto y contra las élites; un discurso con el que la gente se identifica. El problema es la solución simple, peligrosa y tentadora que proponen: que el poder se concentre en el mesías salvador que, en nombre del pueblo, ahora sí va a cambiar las cosas.
Bien advertidos estamos de que la democracia no muere en un golpe, sino entre aplausos, como señalaron Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias.
Costa Rica se fundó sobre los valores de gente honesta y decente que solucionaba sus diferencias con diálogo y respeto. Nunca es tarde para honrar esos valores, para educar, exigir cuentas y, sobre todo, ofrecer esperanza, pues al populista hay que vencerlo con las mejores ideas, propuestas y también con políticos creíbles.
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Giancarlo Casasola Chaves es politólogo.