Hubo un tiempo –no tan lejano– en que la palabra “presidencial” en Costa Rica aspiraba a ser refugio, brújula o al menos espejo ético de la nación, y además defensa de víctimas de los horrores humanos.
Hubo un tiempo en que lo dicho por un presidente era tratado con la seriedad que merece quien representa simbólicamente a todo un pueblo. Hoy, en cambio, asistimos a un espectáculo lamentable, donde la burla ocupa el lugar de la compasión y la ironía eclipsa a la dignidad.
Rodrigo Chaves Robles, presidente de la República, respondió hace unos días con la frialdad del sarcasmo y la ironía a una pregunta sobre el asesinato masivo de niños en Gaza en relación con un tratado de libre comercio con Israel (TLC); “un tratado de libre comercio con el Estado terrorista, donde se comen niños… pa pa pa pa… lo firmo con este lapicero”, dijo, mientras imitaba el sonido de disparos y remataba su frase con una carcajada. Ese momento es clave, no fue una mera torpeza retórica, un momento en el que toda dignidad ajena fue empujada al vacío; fue un insulto. Y no solo a quien preguntaba. Fue una bofetada a los principios más básicos de la humanidad.
Porque lo que estaba en juego en esa pregunta no era una estrategia diplomática, ni un tecnicismo comercial, ni una maniobra electoral. A lo que hacía referencia la pregunta era a la vida. La vida real de miles de niños asesinados, mutilados, enterrados bajo los escombros de una guerra que ha sido condenada por múltiples organismos y expertos internacionales por sus excesos y posibles crímenes. La vida de criaturas cuya muerte no debería ser materia de escarnio ni burla por parte de ninguna persona, pero mucho menos de un jefe de Estado de un país que se precia de pacífico y democrático. Los tiempos son bajos y oscuros.
Las cifras son atroces: más de 14.000 niños han muerto en Gaza desde octubre de 2023. Unicef y la ONU han denunciado ataques sistemáticos, hospitales reducidos a polvo, convoyes humanitarios obstaculizados, niños moribundos sin acceso a agua ni atención. Lo que el presidente de Costa Rica trivializó no fue una abstracción, sino la realidad física y dolorosa de miles de infancias truncadas. Y lo hizo con una liviandad que hiela la sangre.
Cuando un presidente se ríe del horror, no solo se degrada a sí mismo –ojalá fuera solo eso–; al mismo tiempo, rebaja el estándar moral de un país entero. Porque la palabra “presidencial” es un acto político, y a su vez es también ético. En una democracia sin ejército, como la costarricense, esa palabra es uno de los últimos instrumentos simbólicos de autoridad y de pedagogía pública. Lo que dice un presidente, y cómo lo dice, importa. Modela. Impacta. Influye. No hay neutralidad posible.
Y lo que hizo Rodrigo Chaves no fue solo una mofa. Fue una ruptura discursiva con el compromiso histórico de Costa Rica con la paz, con el derecho internacional humanitario, con los principios que tantas veces ha enarbolado el país ante el mundo. Fue un acto que erosiona la dignidad presidencial y profana la memoria de las víctimas.
Porque sí, entre los valores de los derechos humanos y fundamentales, la dignidad humana es el primero en ser invocado y el último que debe perderse. Y cuando el presidente de un país se permite reírse del dolor ajeno, lo que hace es herir directamente ese núcleo moral que sostiene el pacto democrático. No es solo una grosería. Es una señal de descomposición institucional. Es permitir que el poder se divorcie por completo del sufrimiento humano.
En este momento tan delicado, lo mínimo que podría esperarse del presidente es una actitud prudente, reflexiva, consciente del alcance de sus palabras. Lo que se recibió, en cambio, fue una payasada cruel. Y sí: las bromas importan cuando se hacen sobre los muertos, sobre el dolor.
El país no puede resignarse a este estándar. Costa Rica no puede permitirse un Poder Ejecutivo tan ajeno a la compasión, tan cómodo en la chota, tan frívolo ante lo sagrado. Porque si algo queda claro después de este episodio, es que estamos en una de las horas más bajas del poder presidencial costarricense. Una hora en que la ética pública se deshace entre risas.
Y si no somos capaces de indignarnos ante esto, entonces quizá no sea solo el presidente quien ha perdido la dignidad.
JOSEDANIEL.RODRIGUEZ@ucr.ac.cr
José Daniel Rodríguez Arrieta es politólogo, M.Sc. en Estudios Avanzados en Derechos Humanos y profesor de la Universidad de Costa Rica (UCR).

