Nunca pensé que tendría que escribir esto desde Costa Rica, un país al que siempre se le reconoció su compromiso con la democracia, con la libertad de expresión y con un periodismo que ha sido piedra angular de nuestra institucionalidad. Pero hoy lo escribo con una profunda preocupación: estamos normalizando la persecución a la prensa.
Como ciudadana, como periodista, como alguien que ha crecido creyendo en el valor de las instituciones y el debate público, me alarma ver cómo se ha instalado, desde el más alto nivel del Poder Ejecutivo, una narrativa sistemática de desprestigio contra los medios de comunicación. Se los tilda de “canallas”, se los desacredita, se pone en duda su ética –sin evidencia– y se construye una imagen falsa y peligrosa: que la prensa es el enemigo del pueblo.
No se trata de una frase suelta. Se trata de una estrategia. Y no lo digo solo yo: el mundo lo está observando. En el reciente Índice Mundial de Libertad de Prensa 2025, elaborado por Reporteros Sin Fronteras, Costa Rica cayó 10 posiciones y se ubica ahora en el puesto 36 a nivel global.
Aun así, nuestro país se mantiene como el mejor calificado de Hispanoamérica y uno de los pocos en la región que todavía figuran en la categoría de “situación más bien buena”. Este dato, aunque preocupante, también es esperanzador: aún estamos a tiempo.
Estamos a tiempo de defender nuestra libertad de prensa, de no dejar que se nos escape de las manos, como ya ha sucedido en otras naciones latinoamericanas, donde las voces críticas fueron acalladas y el silencio se convirtió en política de Estado.
¿Por qué debería importarnos esto a todos, incluso a quienes no trabajan en comunicación? Porque cuando se ataca a la prensa no solo se amenaza a periodistas: se amenaza el derecho de todas las personas a estar informadas. Se debilita la capacidad ciudadana de fiscalizar al poder. Se rompe el equilibrio democrático y se abren las puertas al autoritarismo. La historia está llena de ejemplos de cómo, cuando se persigue al periodismo, lo que viene después es silencio, miedo y abuso.
Yo no quiero vivir en un país donde la verdad tenga miedo. Donde los y las periodistas deban autocensurarse por temor a represalias, donde la ciudadanía reciba solo discursos oficiales cuidadosamente elaborados para ocultar los errores, y donde la crítica sea vista como traición.
Necesitamos más periodismo, no menos. Más voces diversas, más investigaciones valientes, más espacios de análisis que enriquezcan el debate y que defiendan los intereses públicos por encima de los intereses de turno. Y necesitamos ciudadanía activa que comprenda que sin libertad de prensa ninguna otra libertad está realmente garantizada.
Hoy, levanto mi voz –con la esperanza de que se sumen muchas más– para defender algo que no podemos dar por sentado: el derecho a informar y a ser informados. Como lo expresó recientemente el papa León XIV en su enérgica carta en defensa de los periodistas acosados: “En este tiempo de profundas tensiones institucionales y sociales, defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa”.
Una prensa libre no es un lujo de países desarrollados: es la primera línea de defensa de cualquier democracia.
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Grettel Prendas González es periodista.
