
Brindis, almuerzos, cenas, obsequios, luces y serpentinas… En todo eso y en muchos placeres más pensamos cuando se acerca la Navidad. Eso, por supuesto, estaría muy bien si tan buenas intenciones alcanzaran para todas las personas. Pero, ¿qué ocurre en muchísimos casos con las personas adultas mayores? ¿Las tomamos en cuenta? ¿Somos capaces de considerar que ellas y ellos han construido con esfuerzo y generosidad el país de que hoy disfrutamos? No cabe la menor duda de que merecen ser acogidos con cariño, respeto y presencia.
Sin embargo, la realidad es dura: miles de adultos mayores en Costa Rica viven con ingresos muy limitados o incluso sin ingresos. Muchos enfrentan soledad, carencias y necesidades que, como sociedad, no podemos seguir ignorando. Esta Navidad es una oportunidad más que se nos ofrece para abrir los ojos, extender la mano, recordar y honrar a quienes nos dieron tanto y siguen haciéndolo. Es, simplemente, un acto de justicia y humanidad.
Hay familias que tratan a sus personas adultas mayores como si aún viviéramos en plena pandemia: no las visitan, no les dedican minutos para conversar con calidez y hacerles sentir que son parte viva y valiosa de la familia. Esta falta de empatía puede hacer que muchas personas mayores se sientan como si fueran invisibles, como si su presencia no importara, obligadas a vivir en una soledad no deseada. No hay vuelta de hoja, necesitan y merecen ser reconocidos como seres humanos, no como objetos que se dejan de lado.
Estas situaciones y carencias no distinguen condición económica: afectan por igual a personas en situación de pobreza, clase media y alta. El edadismo está presente en todos los estratos sociales y, como sociedad, no podemos permitir que estas situaciones continúen normalizándose.
Valga esta oportunidad para recordarles a quienes tienen la responsabilidad de velar por los derechos y el bienestar de las personas adultas mayores que es indispensable fortalecer y ampliar las acciones dirigidas a protegerlas dentro de sus propias comunidades, evitando que sean desarraigadas de sus hogares.
Hace más de 20 años, escribí un artículo, urgiendo a tomar en cuenta a las personas adultas mayores con el máximo cariño posible. Sin embargo, desde entonces hasta la fecha, son muchos más los casos, agudos y crónicos, en los que se les falta todo el respeto y se les niega todo el cuidado a nuestros forjadores.
Debo manifestar con preocupación que la situación ha empeorado de manera sustancial y resulta difícil prever hacia dónde nos dirigimos como sociedad.
La población adulta mayor crece a un ritmo acelerado: para el año 2040 seremos un millón de personas adultas mayores, una cifra que originalmente se proyectaba para el 2050. Es decir, nos hemos adelantado diez años, un cambio demográfico que exige atención, planificación y un compromiso real y efectivo para garantizar bienestar y dignidad a quienes integran este grupo poblacional.
Debemos hacer un esfuerzo personal, comunal, interinstitucional e intersectorial para atender adecuadamente a las personas adultas mayores que requieren servicios de salud y sociales oportunos, que no pueden esperar indefinidamente, que demandan alimentación adecuada, recreación comunitaria y, sobre todo, programas de prevención y promoción de la salud en función de un envejecimiento activo, saludable y exitoso.
Hago mis mejores votos para que en esta época –¡y siempre!– tomemos verdadera conciencia de la realidad que viven tantas personas adultas mayores. Lo que ellas enfrentan hoy será, en un futuro cercano, la dura experiencia de las generaciones más jóvenes, aunque a veces lo olvidemos.
Que esta Navidad sea un llamado a la empatía: hagamos buenas acciones, tendamos la mano y actuemos con ilusión, solidaridad y amor al prójimo, especialmente en beneficio de quienes han recorrido el camino antes que nosotros.
doctormoralesgeriatria@gmail.com
Fernando Morales Martínez es médico especializado en Geriatría y Gerontología, miembro honorario de Acanamed y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica.