
Diciembre suele vestirse de luces, villancicos y agendas llenas. Repetimos que es tiempo de alegría, de familia y de celebración. Sin embargo, hay una verdad silenciosa que rara vez se menciona: para muchas personas, estas fechas no traen paz, sino un eco más fuerte de la soledad, el duelo o el cansancio emocional.
La Navidad tiene una particularidad psicológica: no inventa heridas, las revela. Amplifica las ausencias, revive los recuerdos de quienes ya no están, confronta a quienes no encajan en la imagen ideal de la familia perfecta. Mientras unos celebran, otros sobreviven a estas fechas con una sonrisa prestada y un nudo en el pecho.
Vivimos en una sociedad en que la felicidad pareciera ser obligatoria. Parece que no hay espacio para decir “me duele”, “estoy cansado” o “no tengo a nadie con quien sentarme a la mesa”. Mas lo cierto es que esas voces existen, caminan entre nosotros, trabajan, viajan en bus, hacen fila en la caja del supermercado. Son personas reales, no estadísticas.
Quizá esta Navidad nos llame a algo más sencillo y más profundo que el consumo o la apariencia. Tal vez debamos detenernos, mirar con compasión, preguntar menos “¿qué vas a hacer?” y más “¿cómo estás?”. Entender que acompañar no siempre es dar soluciones, sino compañía.
La época de la Navidad debería ser ocasión para intentar ser más humanos. A veces, una llamada, un gesto o una palabra dicha con cariño son suficientes para que el día no duela tanto.
Porque, al final, más que luces o ruido festivo, lo que muchas personas necesitan es cercanía.
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Derry Peñaranda Chaverri es vecino de Heredia.