Soy uno de los denunciantes del sonado caso de supuesta corrupción en el Infocoop, el cual derivó en allanamientos, despidos y una intervención en la institución. Actualmente, un grueso expediente sigue haciendo fila en la Fiscalía.
Puse la denuncia, junto con otros compañeros, en el 2016. Es fácil simplificar el problema con solo señalar al Poder Judicial como el principal protagonista del estancamiento de la justicia, pero el mal es sistémico y compete a la sociedad integralmente ahondar en él: los poderes de la República, las instancias de fiscalización, el sector privado, los medios de comunicación, el sistema educativo y los ciudadanos.
La sociedad del espectáculo, como la llama Mario Vargas Llosa, nos inunda cada cierto tiempo, cual circo romano en solaz esparcimiento lanzando gente a los leones para el juzgamiento inmediato.
Luego pasan los días y el escándalo entra en una suerte de dimensión desconocida, pues, acto seguido, el show continúa con otros felinos y otras víctimas. Así, hasta el infinito.
Los costarricenses somos expertos en completar el álbum de la vergüenza nacional, poseemos una colección de casos no resueltos y la sola satisfacción de que por un rato alimentamos a los leones de nuestro circo infame.
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El traidor. El primer frente de control debe ser el ciudadano, porque tiene el deber ético de denunciarla. Empero, ese es un pilar endeble, pues impera el miedo, la indiferencia o complicidad y el «yo no quiero problemas».
La doble moral conduce a calificar de traidor al denunciante, pues, por lo general, lo conoce muy bien. Cuando se decide a dar el paso, conseguir las pruebas es un esfuerzo titánico y exige investigación, tiempo y correr el riesgo, es decir, valentía. Esta es la mayor limitante.
Quienes hemos denunciado posibles anomalías sufrimos el calvario de esperar que la justicia actúe, y mientras tanto somos sujetos de contradenuncias en diversas instancias, persecución laboral, amenazas explícitas o veladas y rechazo social, porque se cree que mentimos.
Ni hablar de los gastos en abogados para defendernos de los imputados que, un día sí y otro también, nos atacan con armas legales, ya que la Corte los deja en libertad.
La corrupción de cuello blanco vive en las alturas, tiene amigos y tentáculos en todos los poderes de la República y esferas privadas importantes. Batallar contra ella en la función pública o como parte de la sociedad civil termina siendo la lucha contra el Leviatán.
¿Qué estímulo tiene el colaborador honrado del Estado o el ciudadano promedio para acometer una acción que le hará la vida más difícil?
Asidero para la impunidad. Por otro lado, está la institucionalidad: burocrática, estéril y lenta. Con infinidad de portillos legales donde el mal encuentra asidero para la impunidad.
Ahí, hay políticos famosos defendiendo delincuentes, prensa amarillista que hace eco de todo rumor, una Fiscalía sin recursos o personal y atiborrada de casos (todos de gran magnitud) y un Poder Ejecutivo colapsado y viviendo en la eterna paradoja donde nada es prioridad porque todo es prioridad.
Aunque no debemos caer en un pesimismo extremo, cuyo final es la desesperanza, sí debemos aceptar la existencia de una crisis con raíces muy profundas, que gradualmente nos está lanzando hacia los últimos escalones del subdesarrollo, donde toda la sociedad fracasa.
Debemos ser conscientes, de una vez por todas, de que la corrupción es el problema mayor que nos abruma, pues está en la base de otros males, como la pobreza y el desempleo.
Es tiempo de detener el circo recurrente y ponernos en otra sintonía: la de revertir con medidas urgentes y radicales una tendencia que nos está destrozando.
Hace falta más ética en la educación, mejor legislación contra la impunidad y cambios significativos en instancias de control y sanción, como lo son las auditorías internas, la Contraloría General de la República y el Poder Judicial para que la justicia sea pronta y cumplida.
Naciones como Suiza han sabido atender con inteligencia el problema y gozan de una institucionalidad pública y privada saludable. No se trata de pretender una pureza inexistente, sino de tomarse el asunto en serio y buscar las medidas correctas para la contención del delito.
A las puertas de una campaña política, que augura la continuidad del oprobioso circo, espero atisbos de apertura de espacios de reflexión para que tomemos la ruta del cambio añorado.
El autor es comunicador social.