En estos días se conocieron los resultados de un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) acerca de los mensajes de odio en Costa Rica. Con respecto a los hallazgos, este medio tituló “El odio está desatado en Costa Rica”; directo, real y peligroso.
De acuerdo con el estudio, los discursos de odio aumentaron en el país un 255 % en comparación con los datos de hace apenas dos años. Sobre ello quiero hacer dos breves apuntes, uno diagnóstico y otro pronóstico.
En primer lugar, los discursos de odio no son un fenómeno nuevo. En la historia más antigua se encuentran vastos ejemplos de ello; cabe recordar los discursos despreciativos usados contra los nativos africanos para justificar el comercio de esclavos hacia América, así como el paradigmático caso de la Alemania nazi, cuyo discurso incendiario y lleno de rencor convenció a una gran parte de la sociedad de que matar personas con ciertas características era un acto justificado y además patriota.
¿Qué pasa en el contexto actual? Como expresé, estos discursos no son nuevos, siempre han estado ahí, en grupúsculos sociales y políticos que los conservaban alimentados, pero, en términos generales, se habían mantenido a raya en su vertiente más masiva y, sobre todo, no legitimados políticamente, debido tanto a las olas democráticas de finales del siglo XX como por la consolidación del discurso de derechos humanos posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Tras el auge de una derecha ultraconservadora y, simbólicamente, con el arribo de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos (inspirando a Viktor Orbán, Matteo Salvini o Giorgia Meloni) estos discursos se tornaron parte de la malla discursiva en muchas sociedades, apoyándose, sobre todo, en una legitimación dada precisamente por la llegada al poder de diversos liderazgos. He aquí un punto determinante de la coyuntura moderna.
Costa Rica no es ajena a esta corriente, a pesar de que la ultraderecha no está (aún) tan fuertemente representada en los canales políticos formales, pero sí se ha confabulado discursivamente con sectores de la sociedad que ven en las mujeres, los migrantes o la orientación sexual amenazas, miedo o desagrado. Estos grupos son precisamente los principales objetivos de los discursos de odio en el país, de acuerdo con el estudio de la ONU.
A sabiendas de su existencia y de esta ineludible realidad en la que estamos inmersos, paso al último punto, y es que estos datos, diversas acciones y simbolismos no deben subestimarse.
Recordemos brevemente la pirámide del odio: en la base se encuentran las actitudes tendenciosas (creación de estereotipos, de falsos miedos e inseguridades, justificación de prejuicios); luego están los actos tendenciosos (violencia lingüística, observaciones en público, microagresiones, chistes degradantes); posteriormente, viene la discriminación sistémica, como las disparidades en la aplicación de justicia, la discriminación en la distribución de recursos o la segregación; en el penúltimo paso se da una violencia basada en prejuicios, que implica actos físicos abiertos, para llegar a la cúspide de la pirámide, que es el genocidio.
La pirámide brinda un continuo, una serie de pasos progresivos que, de no detenerse, afectarán cada vez a más cantidad de personas. Tomando en cuenta esto, notemos que la justificación de palabras de odio invocando la libertad de expresión u organizar marchas xenófobas, votar por políticos abiertamente homófobos o bajar la bandera de la diversidad ya ocurre en Costa Rica. Conforme se vayan normalizando, ascenderemos en la pirámide mientras caemos como sociedad.
Josedaniel.rodriguez@ucr.ac.cr
El autor es politólogo, máster en Estudios Avanzados en Derechos Humanos y profesor en la Universidad de Costa Rica.