
El fanatismo político nos puede volver cómplices. Hace unos años, cuando yo estaba pequeña y me sentaba a ver fotografías familiares antiguas, era muy común ver a miembros de mi familia aparecer en esas fotos con unas camisas que decían “Calderón 1990″. Era pintoresco ver en el paisaje rural de la zona aquella camiseta distintiva.
Unos años después, mis recuerdos relacionados con la política empezaron a tomar forma. De manera muy lejana, comencé a construir un criterio: no entendía mucho, pero al menos comprendía cómo funcionaban las elecciones. En mi mente, todo se reducía a dos opciones: PLN o PUSC. No había más.
Y si usted no iba con Liberación, entonces iba con la Unidad. Y listo. Muchas veces, me parecía que era muy similar a decir: ¿usted va con Saprissa o va con la Liga? Era un retrato simplista de la política costarricense, pero así lo percibía en su momento una niña.
Unos años después, se empezaron a destapar grandes casos de corrupción en los que importantes figuras de esos partidos fueron cuestionadas e incluso enjuiciadas. Y no fue como que, ante los primeros señalamientos, la opinión pública se volcó en su contra. Porque, para la ciudadanía, aceptar que su candidato y su partido podían ser corruptos resultaba casi inimaginable. Más aún porque, en el pasado, otras figuras de esas mismas agrupaciones habían contribuido a construir la Costa Rica que conocemos y amamos.
Y aquí planteo la pregunta clave: ¿cómo se siente un ciudadano cuando la persona a quien le confía el rumbo de su país comete actos que se perciben como una traición a esa confianza?
Cuando depositamos fe ciega en un partido o en un líder político como si fuera nuestro “salvador”, esa ceguera política terminará hundiéndonos.
Mi pensamiento sobre la política se construyó a partir de esta verdad: no podemos confiar ciegamente en ningún político. Por eso, nunca me verán defendiendo a una persona o a un partido, porque los seres humanos somos imperfectos y la realidad es que muchos se meten a la política buscando solo su beneficio propio.
Mi voto, entonces, se basará en un análisis de quiénes, a través de sus propuestas y acciones, se acercan más a lo que creo y a la forma en que quiero vivir.
Hoy pareciera que muchos simplemente se quitaron la camiseta de “Calderón 1990″ o de “Figueres 1994″ y se pusieron otra que dice “Laura Fernández 2026″. El problema no es cambiar de camisa; el problema es no preguntarse qué representa la nueva. ¿Conocen sus propuestas? ¿Están de acuerdo con el rumbo actual del país? ¿Respaldan a las personas que integran su equipo?
Porque si una figura política decide rodearse de personas públicamente cuestionadas, con procesos abiertos o con deudas casi incobrables, eso dice mucho. Que algo no sea ilegal no significa que sea ético.
¿Deberle a la CCSS es ilegal y le impide a alguien aspirar a un cargo público? Tristemente, no. Pero eso no lo convierte en alguien digno de representarnos. ¿Tener cuestionamientos por mentir sobre su nacionalidad en otro proceso electoral es ilegal en nuestro país? No. Es sospechoso y éticamente reprochable. ¿No renunciar a la inmunidad para enfrentar investigaciones por corrupción es ilegal? No, pero eso no elimina la sombra de la duda. ¿Irse del país y esperar que una investigación prescriba era ilegal? No. ¿Se ve mal? Absolutamente.
¿Que empresas cuestionadas por casos como Cochinilla sigan ganando contrataciones de obra pública es legal? Sí, no existe ningún tipo de sentencia aún, pero ¿cómo sienten eso los costarricenses? Como una traición. Y así puedo seguir con muchos casos de figuras de la política costarricense.
Al final del día, todo esto se resume en una expresión conocida: “Si el río suena, es porque piedras lleva”.
Defender a políticos cuestionados hoy no es ingenuidad; es una decisión consciente. Aún más en esta época, en que el acceso a la información es mucho mayor.
Las decisiones conscientes se deben cargar con toda la responsabilidad. Porque mañana, cuando los hechos sean innegables, no podremos decir que no sabíamos.
¿Quién debe venir a “quitarles la venda” a esos que idolatran a un líder? Nadie, porque la responsabilidad de retirarla es de cada ciudadano. Es su deber informarse, investigar y exigir rendición de cuentas. Todo lo demás es comodidad disfrazada de esperanza.
maria.cascante.vega@gmail.com
María José Cascante Vega es empresaria y publicista.