La palabra “clinamen”, usada por el poeta Lucrecio en Sobre la naturaleza de las cosas , destaca el hecho de que Epicuro (341-270 a. C.) dijo que dentro del orden atómico del universo, comparable a una lluvia de partículas, no tiene por qué regir una dirección única. ¿Cómo imaginar entonces una lluvia –fenómeno vertical por definición– que no siga esta regla? Pues mediante la inclinación espontánea de los átomos o “clinamen”, decía Epicuro, acudiendo a una idea extraña en su época: la idea de libertad, contraria a cualquier fatalismo y desdicha, ya que la rutina proclama el movimiento rectilíneo y uniforme, y, según Aristóteles, los átomos que se mueven con idéntica velocidad en dirección vertical no pueden encontrarse. Nunca.
Epicuro había fundado una escuela, “El jardín”, prestigiada por las enseñanzas del maestro y el cultivo de la “amistad epicúrea”, accesible a hombres y mujeres. En aquel jardín de Atenas, la libertad y el “clinamen” eran lo mismo, un desvío, un atajo, una intrusión del azar y de la vivencia de cada uno.
Y las escrituras de su filosofía lo confirman: “El espíritu no tiene que ser dominado por una necesidad interna ni obligado a soportar pasivamente los acontecimientos, y todo ello es efecto de esa exigua desviación de los elementos principales, que no tienen que ir a un lugar establecido en un tiempo fijado”.
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