
El asesinato, el miércoles 10 de setiembre, del influencer conservador Charlie Kirk, muy allegado a Donald Trump, es un hecho sumamente grave.
Por principios, rechazo toda violencia dirigida a perseguir, intimidar o callar el ejercicio de la libre expresión y, como parte de esta, las manifestaciones políticas. No importa si no las comparto.
El ataque contra ese activista de las ideas conservadoras, férreo partidario de Trump y quien se dedicaba a promover y difundir ese pensamiento en las universidades y otros foros, solo contribuirá a profundizar la ya aguda división política en Estados Unidos.
Con preocupación, observamos una rápida involución de ese país hacia un “neomacarthismo” más profundo, en el cual la intolerancia, la persecución y la caza de brujas están alcanzados cotas cada vez más peligrosas.
Por desgracia, mucho de lo anterior es atribuible a la retórica de extrema derecha, racista y xenófoba que impulsa Trump. Es de sobra conocido que el paso de la violencia verbal a la agresión física es fácil y solo cuestión de tiempo.
Es muy probable que el asesinato de Kirk dé lugar a hechos similares contra quienes defienden posiciones liberales, con lo cual se entra en una espiral de violencia cuyos alcances son imprevisibles. Es más, no sería extraño que ese país pueda atestiguar magnicidios (o al menos intentos) como los que conmocionaron a la sociedad estadounidense en los años 1960.
Reitero: de ninguna manera se puede aceptar, justificar o soslayar la violencia política. Se impone mesura en las palabras para que estas no se conviertan en combustible para la vorágine.
Paradójicamente, Charlie Kirk, partidario de la tenencia de armas, no solo defendía el uso de estas, sino que creía que unas vidas perdidas eran un buen precio para tal fin. Hace unos meses dijo: “Vale la pena pagar, lamentablemente, algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda”.
Fue víctima de sus palabras.
vhmurillo@gmail.com
Víctor Hugo Murillo S. es periodista jubilado.