
Crecer en Costa Rica hoy significa vivir en un país que se mira al espejo y no se reconoce. Mientras desde Zapote se insiste en que todo progresa y que todo está bien, la realidad diaria cuenta otra historia. La tensión social crece, la fragilidad institucional se profundiza, los servicios públicos se deterioran y la inseguridad se percibe en cada esquina. No hablamos de amenazas futuras ni de advertencias exageradas: hablamos de lo que ya está ocurriendo, aquí y ahora.
Es innegable que algo esencial se desmorona en este país. La improvisación, la falta de coordinación y el enfrentamiento constante con quien piensa distinto dejaron de ser espectáculo político para convertirse en un riesgo real para la convivencia.
La estabilidad institucional, la capacidad de dialogar pese a las diferencias y el equilibrio entre poderes fueron siempre fortalezas de Costa Rica. Hoy, ese equilibrio se presenta como un obstáculo, y las instituciones, como barreras que deben doblarse, silenciarse o menospreciarse.
La crisis golpea con mayor fuerza la seguridad y la educación. La violencia ya no es excepcional y la falta de inversión en educación condena a nuestros jóvenes a un futuro carente de oportunidades. Mientras las autoridades hablan de control, la realidad que viven las comunidades es otra: miedo, riesgo y abandono.
A esta degradación se suma un liderazgo que deliberadamente siembra la división para concentrar poder, mientras ofrece respuestas vacías a los problemas reales de la ciudadanía. Esta estrategia ha profundizado la polarización, corroído la confianza y convertido el enfrentamiento cotidiano en la norma, poniendo en riesgo nuestra convivencia, nuestra seguridad y nuestra capacidad de avanzar como país.
En las próximas elecciones, no solo elegiremos un gobierno: definiremos el rumbo de nuestro país. Las opciones están sobre la mesa: un proyecto autoritario, decidido a concentrar poder sin límites, o uno imperfecto pero firme, que defienda la democracia y promueva el diálogo y el respeto a nuestras instituciones.
No se trata de elegir entre grupos sociales, edades o ideologías: se trata de decidir si profundizamos la fractura y la división, o protegemos la democracia, las instituciones y la Costa Rica que todavía podemos recuperar. Hoy es el momento de actuar. Las consecuencias de la inacción ya son visibles.
Un país construido sobre el miedo y la ira no es lo que merecemos. No necesitamos líderes que griten, sino ciudadanos y ciudadanas conscientes, informados y capaces de pensar por sí mismos.
Queremos instituciones que funcionen, oportunidades reales y un futuro que nos permita quedarnos y crecer. Por eso es urgente proteger la democracia, exigir respeto, pedir cuentas y rechazar de manera firme cualquier abuso o menosprecio hacia quienes piensan distinto.
Costa Rica no puede ni debe convertirse en otra víctima del autoritarismo regional. Necesitamos una dirección diferente.
santiagorz@maristasalajuela.org
Santiago Ramírez Zamora tiene 17 años y terminó décimo año en el Colegio Marista.