
Los avances tecnológicos van moldeando el presente y avizoran cambios mayores en el futuro. No en vano se ha dicho que “la historia de la humanidad es la historia de la tecnología”. Y basta con pensar en el gran avance de las telecomunicaciones, Internet y, más recientemente, la inteligencia artificial. Creo que de la transformación provocada por estos tres factores no se necesitan mayores evidencias, baste con comparar la forma de vida de Costa Rica hoy con la que había en los días de nuestra Independencia, hace poco más de 200 años.
Se debe clarificar el término “teléfono celular”, abreviado como “celular”, lo cual es una sobresimplificación de las capacidades de tal dispositivo, que realmente funciona como una computadora. Ha evolucionado de “roomtop”, a “desktop”, luego a “laptop” y, finalmente, a “handtop”. En efecto, el llamado celular no es sino una potente microcomputadora que sostenemos en la mano.
Así, “celulares” baratos y pequeños pueden tener tal vez unas 40 funciones, además de su uso como teléfono. Esto constituye una revolución tecnológica, ya que, con el simple toque de los dedos, se nos facilita tener acceso a gran parte del acervo cultural de la humanidad.
No obstante, el uso pleno de las capacidades de tal dispositivo es muy bajo, y es gigantesco el número de usuarios que desaprovechan sus potencialidades.
De cualquier manera, la humanidad está en pleno desarrollo de los dispositivos digitales y estas herramientas deberán ser ampliamente usadas por las nuevas generaciones. Sin embargo, debe adecuarse su uso en forma apropiada, y en el caso de los estudiantes, podría sustituir con ventaja la carga de útiles escolares mediante un único dispositivo: “el celular” o computadora de mano.
Siempre que hay una innovación tecnológica, pronto surgen las personas que piensan que todo tiempo pasado fue mejor, como aquellos que ven el futuro “con los ojos de la nuca” y están en su derecho de adorar la tradición, aunque el problema del desarrollo es verlo con amplitud de miras hacia adelante.
Se debe aprovechar que los niños y niñas aprenden primero a usar el celular antes que a caminar, pero todo en su justa medida témporo-espacial para ser utilizado como un valioso instrumento de aprendizaje. Podría decirse, dentro de la psicología positiva, que es una ventana de oportunidad para desarrollar nuevas potencialidades, en formal gradual y de acuerdo con la maduración del individuo en desarrollo.
Así como es prohibido comer, hablar durante la lección, “tirar cachirulos”, o distraerse por cualquier motivo en clase, el celular ha de usarse cuando la situación de aprendizaje lo demande.
Conocí la experiencia de una niñita de tercer grado a quien se le había solicitado una versión simplificada e ilustrada del ciclo del agua y quedé favorablemente impresionado de lo que la menor aprendió gracias a una conversación entre ella como usuaria y el “docente” (inteligencia artificial). Creo difícil que una maestra real supere esa conversación por la riqueza de conceptos e imágenes que le aclararon el tema a la niña.
Por eso, pienso que la maestra –y hablo de las y los docentes en general– debe dedicarse a otra cosa dentro del proceso de aprendizaje, ejerciendo el coaching para atender necesidades en la esfera bio-psico-social de los estudiantes. La información y los contenidos del desarrollo de la clase estarían en el celular, por lo que corresponde al docente intervenir en el proceso para facilitar el aprendizaje. El docente es imprescindible, pero con otro rol diferente del tradicional.
En la enseñanza primaria, el uso del celular sería más restringido que en secundaria, y será el docente quien decida, de acuerdo con el plan general de cada clase, determinar el momento de pedir a los alumnos: “Saquen los celulares”. Antes de esa orden, los dispositivos permanecían inermes dentro del bulto de útiles o salveque escolar.
Es un asunto de disciplina, igual que como hay que evitar que, en hora de clase, algún comelón decida sacar la lonchera o la bola de juego en vez de esperar el tiempo de comida o el recreo. Todo a su tiempo y lugar, dentro de la deseable disciplina del proceso de enseñanza-aprendizaje, que forma parte del proceso escolar.
Al respecto, mi única preocupación es que los niños y jóvenes tengan mejor manejo del celular que los propios docentes, o bien que no se integre la riqueza de información del celular en las actividades del plan de trabajo diario.
El gran peligro en tiempos de cambio es que no se puede seguir haciendo más de lo mismo y, en ese sentido, quien no tenga habilidades en el uso de la inteligencia artificial, que lleva ya tres años de desarrollo, se ha quedado varado en el tiempo.
Así como en la enseñanza primaria el celular tendría un uso limitado, determinado por el grado de avance escolar y dosificado por el docente, en secundaria sería un dispositivo indispensable de estudio y los profesores deben estar debidamente preparados para ello.
Pero volvamos al caso que originó este comentario, pues todo el mundo pega el grito al cielo porque no todas las escuelas y colegios tienen laboratorios de computación con desktops –y raramente laptops–, pero, irónicamente, resulta que ahora se quiere impedir el uso de las computadoras personales tipo “handtop” como medios de aprendizaje y enriquecimiento de las clases del docente. ¡Vaya incongruencia o contrasentido, ya que “es lo mismo, pero diferente”!
Y en cuanto a que el celular es un distractor, me manifiesto de acuerdo, pero ¿de cuándo acá es que se permite el uso de celulares por la libre, cuando la disciplina escolar ha de ser una permanente enseñanza de límites en el comportamiento? Al contrario, el “enviciamiento” con el celular puede transformarse en forma positiva más bien si se utiliza como un instrumento de aprendizaje.
Valdría la pena informarse de los resultados de un valioso experimento en Chile, llamado Lap4you, donde las prácticas de laboratorio se realizan en forma digital y, aunque esto no sustituye las prácticas presenciales, los alumnos sí logran estudiar los fenómenos naturales en ausencia de equipo. Así, los laboratorios virtuales son una barata y significativa forma de estudio tipo “non lab-lab”.
Hasta el momento, la más sensata opinión ha sido la del actual ministro de Educación, o sea, permitir el uso del celular como un dispositivo de aprendizaje dentro de la planificación de la actividad del docente, evitando su uso como juego o como factor de distracción en clase.
Considero entonces que la mejor decisión sería permitir el uso del celular como instrumento de estudio en las instituciones educativas, y así no dejar a la juventud estudiosa del país atrasada en el uso experto del celular. Se utilizaría con fines de aprendizaje y con docentes preparados en la materia.
Al menos y, en forma experimental, debieran estudiarse dos cohortes básicas: aquellas que aprenden con celular y las que lo hacen sin este aparato. Y, después, tomar la decisión correspondiente, si se quiere ser objetivo.
Casi me atrevo a decir que los alumnos entusiastas del celular se esforzarán por demostrar las bondades del dispositivo en la enseñanza para evidenciar el sinsentido de la prohibición que se quiere implementar.
Ojalá que estos comentarios ayuden a los formuladores de opinión al ajuste del prospectoscopio, maravilloso aparato cerebral que nos permite otear el futuro, como una manera de lograr el uso aplicado de parte de los estudiantes de un moderno dispositivo de comunicación e información, con profesores capacitados y dentro de la necesaria disciplina escolar.
Orlando Morales Matamoros es exministro de Ciencia y Tecnología y exvicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica (UCR).