Para la Organización Mundial de la Salud, adolescente es quien tiene entre 10 y 19 años de edad y, tradicionalmente, se considera que jóvenes son los que están entre los 15 y los 24 años.
Desde el punto de vista biológico, psicológico, social y espiritual, en su amplia acepción, durante la adolescencia se produce un proceso de maduración durante el cual se espera una clara definición de la identidad personal y un deseable proyecto inicial de vida. Sin embargo, el éxito no es lineal y depende de múltiples factores, entre ellos, el papel de la familia, la comunidad y los sistemas educativo, sanitario y protector. El proceso debería concluir con opciones para la empleabilidad.
Cuando se analizan estos factores se detectan graves debilidades en todos y, consecuentemente, situaciones particulares que deberían resolverse en el período adolescente, pero hoy los problemas se arrastran incluso hasta los 25 años.
Ejemplos de lo anterior es el escandaloso 50% que no completa la secundaria; que prácticamente se triplican los suicidios y homicidios, como víctimas y victimarios, a partir de los 20 años; las enfermedades crónicas no transmisibles se presentan ahora a temprana edad, principal causa de muerte en el mundo; y el desempleo triplica la media nacional.
Conocido el diagnóstico, apremia un planteamiento de alternativas para reducir el impacto negativo de tales falencias.
En la década de los ochenta se creó un programa para los adolescentes, orientado a la atención integral interdisciplinaria, con un fuerte componente de promoción y prevención. Si bien se centró en sus inicios en el primer nivel de atención, estaba previsto transformarlo en un sistema de referencia en todos los niveles.
Aunque llegó a tener 100 clínicas para adolescentes, fue debilitado y desmantelado tras la reforma del sector sanitario en la década de los noventa. Las consecuencias las pagamos hoy, porque la atención de las necesidades de los adolescentes se perdió.
Un programa como el descrito es urgente en este momento.
En el 2017, la Junta Directiva de la CCSS aprobó la Política Institucional en Adolescencia, tomando como base la experiencia del programa para adolescentes mencionado. Sin embargo, se estancó en la etapa de ejecución por diversas razones, pero puede y debe ser reactivado sin recursos adicionales, basta con una reorganización de los servicios a cargo de personal interdisciplinario que conoce el programa y se capacitó en la temática adolescente. Pero se requiere voluntad política y poner al frente a las personas correctas para no perder más tiempo valioso.
El sistema educativo tiene gran responsabilidad en lo que sucede actualmente. Por haber colocado el énfasis en lo academicista en las últimas tres décadas. Esto ha tenido como consecuencia un incremento en el abandono escolar.
La ideología de que ser buen estudiante es tener buenas notas y que lo importante es ser productivo y competitivo enterró las otras habilidades de los muchachos y el concepto de solidaridad. Se convirtió en lugar común ver al otro ya no como un compañero, sino como un potencial contendiente, al que había que anular. De ahí surge la cultura de la violencia.
Esta visión contaminó el quehacer educativo, pues se dejaron de lado otros atractivos para estar en el colegio, aunque costara académicamente, como por ejemplo destacarse en el deporte, las artes, en la participación social, en el voluntariado, en un periódico estudiantil, en debates y como oradores, entre otros.
Desapareció la máxima de que todo ser humano requiere ser reconocido. En su lugar, impera que es mejor ser reconocido negativamente que ser ignorado.
Si bien en el mundo moderno las habilidades STEM (ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas) son prioritarias, igual son para los adolescentes las artes, el deporte, la filosofía, la lectura guiada, la historia patria, entre otros, no solo para promover la formación integral, sino también para responder a toda la gama de cualidades y habilidades positivas que necesitan de espacios para su desarrollo y fortalecer la contención escolar.
Recuperar el concepto de comunidad estudiantil, en donde padres y madres, estudiantes, educadores y administrativos se sientan parte e involucrados en el proceso educativo, debería ser la estrategia.
No todo tiempo pasado tiene que haber sido mejor, es verdad, pero desechamos lo que veníamos haciendo bien, extensible al modelo político.
El Consejo de la Niñez y la Adolescencia, que agrupa a múltiples instituciones públicas y oenegés, debería ser el espacio natural para emitir políticas públicas y coordinar interinstitucional e intersectorialmente. Sin embargo, su impacto es limitado y quienes trabajan día tras día con población en riesgo no perciben su existencia.
El Patronato Nacional de la Infancia tampoco ha ejercido un papel activo en favor de la población adolescente en general y, para colmo de males, el gobierno minimiza la problemática y en nada contribuye sosteniendo una posición en contra de políticas de protección, como lo es la vacunación.
El autor es médico pediatra, fue fundador y director durante 30 años de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños. Siga a Alberto Morales en Facebook.