Enseñar a pensar es vital. Existen distintas formas de ver las cosas y resolver los problemas. Distintos cristales y caminos. Todos tenemos ideas, y cada una de ellas nos definen y nos mueven a relacionarnos con los demás y hasta a enfrentarnos.
Qué valioso es fomentar el debate, sostener y redescubrir argumentos. Tener una visión de conjunto. Comprender es sinónimo de cultura. Debemos ejercitar otros músculos para observar y ponderar antes de actuar.
Afrontamos desafíos. Experimentamos una época de rápidos y profundos cambios. Los problemas se resuelven cuando están bien planteados. No siempre se tienen todas las respuestas, pero sí las preguntas correctas.
Detenerse a pensar es necesario. Es un reto vencer la seducción de la prisa y lo inmediato. Más relevante que la velocidad es el destino, sobre todo cuando tiene significado. Estudios revelan que diariamente las personas reciben más de 100 e-mails y un 40% los revisa al levantarse y al acostarse, 120 veces se fija en el WhatsApp y 221 en el celular. Un 89% lo utiliza durante las interacciones sociales.
Cada interrupción nos hace perder el 85% de la memoria a corto plazo. En el 2020 México tuvo un estrés laboral del 75%; China, del 73%; y EE. UU., del 59%. Ocho de cada diez personas lo padecen. ¿Hacia dónde va nuestra sociedad?
Filósofo es quien se detiene a pensar sobre el mundo, afirma el escritor Héctor Zagal. “La tarea de un filósofo en el siglo XXI es tomar entre sus manos la vida cotidiana y sus preocupaciones más inmediatas: el cambio climático, una política multicultural, el mundo virtual, el género y la identidad, el valor de las opiniones y los cambios en los criterios de verdad, las categorías políticas y su carácter histórico. El filósofo tiene la responsabilidad de mantener una actitud crítica ante estas preocupaciones actuales, es decir, su análisis no debe obedecer a intereses personales ni particulares”. Bajo esta premisa, ¿nos ayuda la filosofía a ejercer bien la ciudadanía?
El filósofo Alejandro Llano agrega que cultivar la propia mente es cultivar la propia vida. Una vida culta es una vida lograda. “La cultura —el cuidado, el cultivo del espíritu— es una fuente incomparable de florecimiento humano”.
La filosofía nace del asombro. La contemplación no deja de ser una búsqueda. Sin ella el asombro muere. Encontrarse con la verdad no es algo útil, sino bueno. No existe rigidez en el asombro. La rigidez olvida los matices, los claroscuros de la vida.
La rigidez es inhumana, pues no conoce la libertad. En la sociedad del cansancio, la razón puede aburguesarse o conformarse. Siempre podemos conocer cosas nuevas, pues la realidad es contingente. Es mucho más rica de lo que parece.
Vale la pena reflexionar con el espíritu de Sócrates, conscientes de nuestras limitaciones. Podemos equivocarnos. Con el espíritu de Platón, para entrar y salir de la caverna. Para alejarnos de las sombras de la ignorancia. Con el espíritu de Aristóteles, para hacernos las preguntas que se hizo hace 2.400 años y siguen vigentes: ¿Cómo definimos la felicidad, la vida plena? ¿Qué es la justicia? ¿Cuál es el mejor tipo de gobierno? ¿Cómo debe educarse a los ciudadanos?
El filósofo no está solo para contemplar las ideas, sino para acercar a los demás a ellas, para educar en la verdad. Se dice que la filosofía es un curioso tipo de saber práctico: no tanto un saber pensar como un saber vivir. No es una materia, es una tarea. ¡Una tarea de todos!
La autora es administradora de negocios.