Al igual que todos aquellos jóvenes que nacimos en la última cuarta parte del siglo pasado, yo no lo conocí. Para todos ellos, no es más que una figura que se estudia en la escuela, uno de esos tantos nombres en la interminable lista de presidentes, fechas y figuras históricas que hay que saber para pasar bachillerato. Para mí, sin embargo, no es igual.
Soy nieta del Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, y hoy, cuando estaría cumpliendo 100 años, no dejo de pensar lo mucho que me hubiera gustado conocerlo perso nalmente.
Crecer a su lado. Crecí oyendo cuentos del Doctor, como aún suelen llamarlo, y añorando haber podido crecer a su lado, sentarme en sus regazos y hacerle travesuras. Yo sé que hubiera disfrutado oyendo de su viva voz relatos e historias, sus vivencias en Europa y cómo se fue compenetrando del pensamiento social de la Iglesia. Habría aprendido de él su gusto por la música y la cultura, y me habría contado cómo descubrió su vocación de médico, cómo fue que entró en política y sus tiempos difíciles en el exilio. Hubiera tenido de él la información de primera mano de cómo visualizó la Costa Rica de hoy, de cómo y por qué comprometió sus esfuerzos en favor de los más humildes; de cuándo soñó con los trabajadores con derechos, con los enfermos atendidos, con las madres cuidadas durante sus embarazos o con los ancianos protegidos en su vejez.
Tal vez un día sin más me contaría de cuando estaba en la Universidad de Lovaina estudiando y deseó que todo joven costarricense, pobre o rico, tuviera la misma oportunidad en Costa Rica.
Hay quienes me cuentan que era muy elegante, serio y excesivamente educado y gentil, pero por más que trato de imaginarlo rígido, no puedo, pues por encima de todo sobresalen sus cualidades, su gran calidad humana y su sensibilidad para entender las necesidades por las que atravesaba su pueblo. Él se conmovió cuando vio que los costarricenses no tenían acceso a la vivienda, a la salud o a la educación, y puso su vida al servicio de los demás sabiendo que tendría que pagar un alto precio por hacerlo.
Su obra sigue vigente. A lo largo de estos años no ha faltado quien me haya hecho llorar, insultando su memoria, desconociendo su obra, acusándolo de cosas que la historia ha comenzado a rectificar. Y ha sido en esos momentos cuando más falta me ha hecho tenerlo a mi lado. Me hubiera gustado poderlo llevar a mi clase para que hablara su verdad, para que reclamara su obra visionaria, para que enfrentara a sus detractores; pero, sobre todo, para que mostrara su espíritu noble, su clara visión de futuro y su innegable amor al prójimo.
Sesenta años después de su gobierno su obra sigue vigente. La reforma social le dio a mi pueblo paz, prosperidad, educación, salud y justicia social. Mi generación no conoce la Costa Rica sin derechos laborales, sin seguro social, sin estudios universitarios, sin pensiones ni vivienda popular. Por eso no pueden imaginar que en un momento de nuestra historia la gente moría por falta de atención médica, los trabajadores carecían de salario mínimo y estudiantes como muchos de ellos no tenían acceso a la educación superior. Por eso tal vez les sea más difícil valorar la magnitud de su obra.
Yo llevo su sangre y le doy gracias a Dios. Me hubiera encantado haber dado las luchas a la par de él y, ¿por qué no?, ¡ser su fotógrafa oficial! Estar a la par de él para consolarlo en sus momentos de gran soledad y festejar con él sus grandes conquistas. Sus sueños de justicia social y equidad los comparto hoy y siempre. Sus ideales corren por mis venas y seré fiel a sus principios, al igual que mis padres y mis hermanos.
Un brindis familiar. Rafael Ángel Calderón Guardia vivió de acuerdo con sus principios, hizo lo que le dictaron su conciencia y su corazón, partió tranquilo a la casa del Señor y nos dejó un legado el cual todos los costarricenses, sin distingo de color político debemos cuidar, proteger y engrandecer para bien de la patria. Si así lo hacemos, estaremos honrando su memoria y la de todos aquellos que como él se han entregado al servicio de la patria.
Abuelo: Hoy cumplirías 100 años. ¡Cuánto me gustaría que fuesen 70 y que hoy por la noche tus nietos te ayudáramos a apagar las velas de tu pastel! Pero también sé que si fuese así, hoy no podríamos celebrar el regalo que nos dejaste a todos los costarricenses, pues hubieras estado demasiado joven en la década del 40. Hoy por la noche, todos en casa brindaremos por tu memoria y sé en mi corazón que, desde arriba y con mi adorada abuela de nuevo a tu lado, mirarás hacia abajo, brindarás con nosotros y una sonrisa se formará en tus labios.
¡Feliz cumpleaños, abuelo!
(*) Fotoperiodista de La Nación