La Compañía Lírica hizo este año una elección singular, atrevida y más moderna: Falstaff , la ópera bufa de Verdi. Estrenada en 1893, el público y la crítica la aclamaron; el compositor culminó así su carrera exitosamente, a los ochenta años. Esta ópera de Verdi es la más allegada a la sensibilidad moderna, llena de diálogo ágil y de audacia innovadora y refinada en la melodía. El libreto, de Arrigo Boito, es también de peso artístico: se basa en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare, uno de cuyos principales personajes es Falstaff.
Tal vez el personaje Falstaff no sea tan conocido como otros de Shakespeare, ni la ópera de Verdi tan escuchada por nuestro público, pero se trata de obras maestras. Al país se le presentan varias oportunidades de presenciar montajes de óperas conocidas al año y el público acude con entusiasmo. En este contexto, la Compañía Lírica debe ir más allá y asumir el reto de ampliar el repertorio a otras óperas. Y eso es lo que está haciendo, porque en cuanto a la cultura se le da aire, se renueva e innova, y lo que está pasando ahora es que, con el aumento presupuestario y el sentido de dirección, la creatividad y la audacia renacen.
Falstaff es un personaje fascinante: amante de la vida y sus placeres, elaboradamente ingenioso y original en su lenguaje, escéptico y gran conocedor de la naturaleza humana. Disfruta e invita a la buena comida, el buen vino y los amoríos, y sabe que al ser humano se lo conoce también en la farra, la broma y el festejo, como enseña a su discípulo, el príncipe Hal, en El rey Enrique IV de Shakespeare.
Profundidad e ingenio. Para Harold Bloom, célebre crítico de Yale, Falstaff y Hamlet son la principal creación de Shakespeare, porque en ellos pone el autor más de sí mismo. El escritor pone tal despliegue de profundidad e ingenio en estos dos personajes, que concluimos que portan su palabra, y que construyen y elaboran su persona. Ambos son seres que se escuchan y se inventan a sí mismos (como el Quijote se lee y se reinventa), cambiando ante nuestros ojos y participándonos de sus procesos interiores. Falstaff se sabe en perenne transformación, y se define como ser lunar, de mareas cambiantes. Para él no hay solidez ni estabilidad. Todos somos seres de identidad forjable, y tal vez por eso sorprendentemente libres.
Falstaff sabe que proyecta sus rasgos vitales en los demás: insiste en su capacidad para detonar el ingenio de los otros, y para despertar en ellos el gozo y el sentido del humor. Herido y burlado, no obstante declara, en su mejor espíritu y en consonancia con el personaje de Shakespeare, que sus argucias han provocado las de otros, con una especie de orgullo de maestro por la inteligencia humana.
Resuelto a reír. El recurso al ingenio se acompaña de su resolución de disfrutar. Falstaff resuelve rechazar la desesperación. En la ópera, la estratagema de las comadres, los golpes y las burlas del pueblo, aunque lo acosan y lo enfrentan a sus propios trucos fracasados, no lo amargan. Por un momento entristece, pero rápidamente pasa del “bruto mundo” al consuelo del vino y el sol. Su vitalismo no riñe con su conocimiento de sí y del mundo. Hay algo profundamente igualitario en este personaje “enorme, inmenso” y “epicúreo” que acepta que sus mismas mañas se vuelvan contra él y que, a pesar de la herida a su vanidad, continúa resuelto a reír.
¿Qué es lo que permite esta actitud? La comprensión de Shakespeare encarnada en su personaje, y retomada por Verdi y Boito: el mundo podría ser un teatro, o un juego en el cual las lealtades rotan y cambian. Todo en él podría ser una ficción, organizada por quienes juegan o actúan mejor, y sostenida por la ceguera de la vanidad o la costumbre. Pero nadie controla totalmente el juego (ni Falstaff ni Ford ni el Doctor ni las comadres) y a todos se les puede revertir en su contra: éste finaliza en algún momento, aunque se inicie otro. Quien menos importancia da a su papel, más rápidamente se recupera: todos podríamos ser el burlador burlado.
Mofas y trampas. Falstaff, con su enfoque cómico, demuestra que los seres humanos crean su propia realidad –su propio teatro– con sus mofas y trampas. Las argucias los convierten en estrategas que moldean lo real (manifestación del humanismo de Shakespeare: orgullo y confianza en la capacidad humana de modificar el mundo). Las mismas argucias, en manos de otros, pueden convertirlo a él en broma, lo cual acepta con humildad y resignación. Al final, el personaje nos explica que todos podemos ser objeto de burla, pero que, el que ríe de último ríe mejor (¿Hay aquí una manifestación de cierto cinismo contemporáneo?).
Tal vez Shakespeare y Verdi sintieron que el mundo era manipulable y la vida, entonces, teatro; pero lo supieron sin amargura, con aceptación y tolerancia de las ficciones y los juegos de los humanos, y se dedicaron a las artes escénicas. A compartir con ellos la ópera Falstaff nos invita la Compañía Lírica del Ministerio de Cultura y Juventud, a partir del 27 de julio en el Teatro Nacional.