La visita del presidente de Corea del Sur, Kim Dae Jung a Washington el 6 de marzo ocurre en un momento muy oportuno. Para su país, foco de las crisis asiáticas durante un siglo, es la oportunidad de demostrar su importancia en la emergencia de un nuevo y más estable orden asiático.
La historia de Corea ha sido violenta. En 1904-5, se libró la guerra ruso-japonesa sobre su futuro. Ocupada por Japón en 1908, liberada en 1945, dividida el mismo año a lo largo del paralelo 38, invadida por Corea del Norte en 1950 y por los ejércitos chinos en 1951, salvada por sus propios méritos y por las fuerzas americanas, Corea del Sur ha enfrentado desde entonces lo que pudiera decirse es el más represivo régimen comunista que exista en una de las líneas divisorias más absolutas del mundo.
En los últimos meses de la presidencia Clinton, ocurrió un repentino calentamiento. El presidente de Corea del Sur fue invitado a visitar la capital de Corea del Norte. El segundo oficial militar de más alto rango en Corea del Norte, el vicemariscal Jo Myong Rok, fue recibido en Washington por el presidente Clinton e invitado a una cena oficial con la secretaria de Estado, Madeleine Albright, quien correspondió con una visita a Pyongyang. Y en sus últimas semanas en funciones, Bill Clinton intentaba animadamente organizar un viaje presidencial a Pyongyang, frustrado únicamente porque Corea del Norte no aceptó su condición de dejar de exportar misiles.
¿Fue todo esto heraldo de un cambio fundamental o fue principalmente un nuevo conjunto de tácticas para alcanzar conocidas metas, que incluyen el debilitamiento del caso de una defensa antimisiles en Estados Unidos? Es importante que obtengamos la respuesta correcta, pues de ella pudiera depender no solo el futuro de Corea del Sur, sino toda nuestra posición en el Pacífico occidental.
En el curso de 50 años, Corea del Norte se ha convertido en una caricatura de la tiranía stalinista, mientras que Corea del Sur ha evolucionado hasta convertirse en una genuina democracia y ha alcanzado el umbral de ser un país industrial avanzado. Incluso en la era de la Internet, el norte ha sellado su población del resto del mundo. Su economía está en ruinas. La agricultura ha colapsado al punto de producir amplias hambrunas y mala nutrición.
Sin embargo, al dedicar una proporción sin precedentes de su producto interno bruto a propósitos militares, Corea del Norte ha creado grandes fuerzas de tanques y artillería, muchas de ellas desplegadas al alcance de la capital surcoreana de Seúl. Norcorea obtiene divisas extranjeras mediante la venta de misiles a países hostiles y chantajeando a Estados Unidos, Japón y Corea del Sur para obtener tecnología moderna amenazando con la elaboración de armas nucleares.
Negociaciones independientes
El objetivo a largo plazo no ha sido la guerra, que Corea del Norte no podría sostener, sino desmoralizar a Corea del Sur y afectar sus relaciones con Estados Unidos al discutir el futuro de la península coreana directamente con Estados Unidos. Si Corea del Norte tiene éxito en establecerse como representante legítima del interés nacional coreano, Seúl quedaría marginada como auxiliar americana. Por un tiempo, esta política no careció de éxitos. En 1994, Estados Unidos condujo negociaciones separadas respecto a Corea del Norte sobre la base de las cuales Japón y Corea del Sur acordaron la construcción de dos reactores de agua pesada para Corea del Norte y Estados Unidos acordó proveer petróleo pesado para las plantas de energía de Corea del Norte a cambio de una suspensión (pero no abandono) de su programa nuclear. Aunque el trato fue un avance, como contribución a la no proliferación, probablemente tuvo el efecto opuesto. Pudiera haber alentado a otros Estados clandestinos a iniciar programas de armas nucleares para generar una reacción comparable.
También podría haber acelerado otros aspectos del problema de proliferación de Corea del Norte, pues poco después, Corea del Norte probó un misil de largo alcance que voló sobre Japón bajo el pretexto de exploración espacial. Esto produjo otra negociación que llevó a Albright hasta Pyongyang para explorar el precio del freno a aquel programa. La visita abortada del presidente Clinton en su último mes en funciones habría sido parte de ese precio político.
Cooperación económica y reunificación familiar
Las negociaciones con Corea del Norte alcanzaron la suspensión de la producción de plutonio en este país, pero al precio de implicar que el futuro de Corea pudiera acordarse directamente entre Washington y Pyongyang, excluyendo a Seúl. Dos eventos arrestaron la tendencia. El primero fue la muerte en 1994 del dictador norcoreano Kim Il Sung, lo cual limitó el campo de maniobra de Pyongyang. El segundo fue la elección de Kim Dae Jung a la presidencia de Corea del Sur, lo cual aumentó las dimensiones diplomáticas de Seúl. La llamada "política del sol" de Kim Dae Jung, alentar la cooperación económica, la reunificación familiar y otros intercambios, reestableció el equilibrio con Estados Unidos en sus contactos con el Norte.
La cuestión clave, sin embargo, es el contenido de esta democracia. Si está confinada a un cambio de tono y apoyo económico para la economía de Corea del Norte, perpetuará al régimen cuya amenaza ha sido una de las justificantes para el programa nacional de defensa antimisiles en Estados Unidos. De hecho, las diversas visitas recíprocas parecieron abrir las compuertas de una política de mutuos gestos psicológicos más que acuerdos específicos. Aunque Kim Dae Jung recibió poco más que promesas de una visita correspondiente del líder norcoreano Kim Jong Il a Seúl y una oportunidad muy limitada para la reunificación familiar, el mundo exterior reaccionó con euforia. Los intercambios de visitas culminaron en la asistencia de Albright a una manifestación masiva en celebración del 55 aniversario del Partido Comunista norcoreano. Otras naciones que no quisieron quedarse atrás se esforzaron por cubrir el camino hasta Pyongyang.
La peregrinación colectiva hacia Pyongyang pudiera tener la consecuencia irónica de tentar a Kim Jong Il al retorno a la previa política de aislar a Seúl debido a que podría extraer la conclusión de que ya no necesita conversaciones directas con Corea del Sur para resolver sus problemas internos. Una historia posiblemente apócrifa de un periodista que acompañó a Albright ilustra el peligro. Según esta, Kim Jong Il respondió una pregunta sobre sus planes de viaje al extranjero diciendo: " por qué habría de hacerlo? Todos los extranjeros vienen a Pyongyang".
Ni EE. UU. ni Corea del Sur quieren preservar el sistema de control de Pyongyang ni perpetuar sus capacidades militares simplemente sobre la base de un tono más amable. El progreso en las relaciones con Pyongyang debe fundamentarse en estándares claros mediante los cuales pueda medirse el progreso. Al mismo tiempo, Seúl y Washington deben mostrarse receptivos si las acciones norcoreanas proveen evidencia de que pretende abandonar el status de estado clandestino.
Dos principios deben gobernar cualquier estrategia común: que la alianza americana con Corea del Sur y no el reacercamiento con Corea del Norte es la clave para la estabilidad en la península; y que Corea del Sur debe desempeñar el liderazgo en las negociaciones intercoreanas. Pyongyang debe estar convencido de que el camino a Washington pasa por Seúl y no al revés. Si se da la vuelta a estas prioridades si América opaca a Seúl con dramáticos gestos Corea del Norte pudiera restaurar cuando menos parte de su economía, no mediante Corea del Sur, sino a través de países que buscan una posición preferencial en Pyongyang.
Intersección de intereses
Pero Corea también es donde los intereses de varias grandes potencias intersectan. Ni China ni Japón desean una rápida, si acaso, unificación de Corea. Ambos consideran que una Corea unificada es un peligro potencial para su seguridad especialmente si fuera a heredar la tecnología nuclear y de misiles de Corea del Nort . Tienen vívidas memorias históricas de invasiones lanzadas en contra de sus territorios desde terrenos coreanos. China entró en la guerra de Corea para evitar la unificación, y Japón ha permitido en su suelo bases americanas en gran parte por defender el statu quo de Corea. China está preocupada sobre el impacto de una Corea unificada sobre las minorías coreanas en Manchuria, mientras que Japón teme que la política exterior de una Corea unificada inquiete a su pueblo al apelar a las antiguas antipatías coreanas.
Por todas estas razones, la evolución de la península de Corea debe discutirse profusamente con Kim Dae Jung, y debe proveer al igual consultas con todas las partes interesadas, especialmente Japón, pero también con China y Rusia. Ellos tienen conciencia de la volatilidad e irresponsabilidad de los gobernantes de Pyongyang y su posesión de armas nucleares. Ningún vecino de Corea puede beneficiarse de la agitación militar en la península, ni siquiera si hubiera diferencias sobre la naturaleza y el ritmo de una evolución deseable. Nadie puede querer ser sorprendido por repentinas erupciones. Un importante principio sería la coordinación para acabar con las tácticas y chantajes de Pyongyang con respecto a las armas para la destrucción masiva. Pues, cualesquiera que sean sus diferencias, ninguna de las potencias interesadas puede desear caer en un conflicto con medidas de proliferación que pudieron haberse evitado con una acción conjunta.
La consulta es necesaria también porque otros resultados son posibles además de la continuación o colapso del represivo régimen de Pyongyang. Los países intranquilos sobre la unificación coreana bien podrían prepararse para alentar un gobierno más benigno en Pyongyang y favorecer al mismo tiempo su permanencia separada de Seúl. Pero en el mundo real, tales opciones son limitadas. Cualquier gobierno democrático de Corea del Norte buscará la unificación. Cualquier gobierno autoritario repetirá los dilemas existentes. Al final, no será más posible mantener a Corea dividida por las acciones de potencias externas, como resultó ser el caso en Alemania.
Reunificación
Por supuesto, el régimen norcoreano podría colapsar, como Alemania del Este, porque Kim Jong Il pierde el control de los eventos. En muchos sentidos, esta es probablemente la pesadilla de Seúl. Una rápida unificación para Corea dejaría pequeños los monumentales problemas que enfrentó Alemania durante una década. El radio de las poblaciones de Alemania occidental a Oriental era de tres a uno; en Corea es más cerca de dos a uno. El radio de PIB per cápita en Alemania era de aproximadamente dos a uno; el radio en Corea es más cercano a 10 a uno lo cual significa que el reto de unificar a Corea es todavía más imponente que en Alemania.
En este punto, las cuatro potencias externas Estados Unidos, Rusia, Japón y China tendrían que discutir el status internacional de Corea, mientras las dos coreanas realizan los arreglos internos, un procedimiento similar al que precedió a la unificación alemana.
En cuanto a Estados Unidos, no tiene razones para oponerse a la unificación coreana y todos los motivos para apoyarla. Pero hay en juego mucho más para EE. UU. que el futuro de Corea, pues el futuro de Asia dependerá importantemente de lo que ocurra con las fuerzas americanas ahora estacionadas a lo largo del paralelo 38.
Aunque Kim Jong Il ha sido citado por Kim Dae Jung como en favor de una continua presencia de tropas americanas, sin importar lo que ocurra en las conversaciones intracoreanas, no hay seguridad sobre qué pueda constituirse en política de largo plazo. Tampoco dependerá el futuro de las tropas americanas en Corea totalmente de los líderes de las dos coreas. Si las atenciones cayeran dramáticamente, la presencia de soldados americanos se volvería altamente controversial dentro de Corea del Sur, sin importar los deseos del presidente en turno. A su vez, si fueran eliminadas estas fuerzas, el futuro de las bases americanas en Japón se volvería problemático. Y si los soldados americanos abandonan el borde de Asia, se presentaría una nueva situación completamente nueva en cuanto a la seguridad y, sobre todo, la política para todo el continente. Si ocurriera esto, incluso una evolución positiva en la península de Corea podría llevar a la búsqueda de políticas autónomas para la defensa en Seúl y en Tokio y al crecimiento del nacionalismo en Japón, China y Corea. Estados Unidos pudiera no tener capacidad para arrestar estas tendencias, pero no debe dejarse caer en ellas a través de la preocupación con las prácticas y titulares del momento.
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