
Termina huelga en Limón", "Nuevo contacto con secuestradores de Altamira", "No a gobierno de 5 años", "EE.UU. planea otro ataque contra Irak", "UCR en apuros presupuestarios", "Proyectos de reforma educativa afectarían a educación superior"; estos y otros titulares se nos presentan cada día cuando, con nuestra habitual taza de café, hojeamos rápidamente el periódico hasta llegar a las tiras cómicas y el horóscopo, en las que nos detenemos más de lo usual antes de salir apurados a nuestras obligaciones, y así nuestro día comienza. Tal vez en la noche ya medio dormidos pongamos el noticiero para apagarlo casi inmediatamente murmurando "¡qué mal que está el mundo!" y caer en un plácido sueño.
Es increíble comprobar cómo las noticias no nos afectan y como permanecemos impasibles ante los más horrorosos y perturbantes sucesos. No lo podemos ni siquiera disimular; estamos sufriendo de la dañina apatía. Apatía que adormece al pueblo entero y lo conduce al caos; que incorpora el "porta mí" como mecanismo de defensa ante los problemas que no queremos afrontar. Me entristece aceptarlo, pero nuestra carta de presentación se ha convertido en una gruesa capa de indiferencia ante una realidad que no nos agrada.
Tal vez la principal causa de esta actitud tan tica es el individualismo que nos ha caracterizado desde la colonia y se ha reforzado con el lema de la competitividad. En un mundo globalizado, el "yo" es la palabra más importante y todo gira en función de "mis" necesidades y "mis" intereses. Nos sumimos en nuestro propio submundo porque, es obvio, no tenemos tiempo para pensar en lo que sucede a nuestro alrededor en tanto no nos golpee de frente.
Otro factor causante de esta apatía es el miedo a ser víctimas del pasatiempo nacional: el "choteo". Nos aterra pensar en hacer algo por el simple hecho de colocarnos en el foco de atención y someter nuestras aspiraciones y propuestas a ser ridiculizadas por la opinión pública. Se organizan marchas, foros y otras actividades destinadas a despertar la conciencia nacional y los pocos asistentes son tachados de revoltosos y radicales. No se trata de generar revoluciones ni luchas ilógicas sino de tomar un poco de "nuestro valioso tiempo" para reflexionar sobre lo que podemos hacer desde donde estemos y no quedarnos en las palabras sino ponerlas en práctica
La sociedad es un cuerpo y sus enfermedades se deben atacar cuando aparecen los primeros síntomas y no cuando se descubre que son incurables.
Todos tenemos nuestro pequeño campo de batalla y en el cada día enfrentamos nuestras luchas, que hay que ganar o perder pero no simplemente mirar fríamente desde la comodidad del sofá y la protección de la TV; porque así se nos pasa la vida sin darnos cuenta, se pisotean nuestros derechos, se apagan nuestras voces y lentamente se nos endurece el alma, y nos quedamos mirando el presente como estatuas de sal.
(*) Mariane Bennett Mora, cursa el segundo año en la Facultad de Derecho de la UCR.