El sol se asoma celoso tras el imponente pico nevado del volcán Cotopaxi, que se exhibe desafiante ante quienes tenemos el privilegio de admirarlo. Como todos los volcanes, es caprichoso y se brinda a poquitos, porque se sabe rey de un territorio que domina desde el centro del mundo: Ecuador.
Como surgidas de un oasis lejano, cientos de alpacas caminan hacia nosotros, curiosos mortales, que las miramos maravillados y tratamos en vano de acariciar sus coquetas cabezas de coloridas lanas.
No se trata de una historia de realismo mágico sino de la magia que ha creado un empresario ecologista, Santiago Mateus, dispuesto a rescatar el páramo andino y lograr en "Huasillama" casa de llamas en Quechua un espacio para reproducir estas especies extintas en Ecuador hace mas de un siglo y así "devolver a los Andes lo que es de los Andes".
Rescate del ecosistema. Una reciente visita a ese hermano país me hizo testigo privilegiada de este hermoso proyecto. Para quienes amamos los valores auténticos de nuestra América el recorrido fue un regalo al espíritu y a los sentidos. Más importante aún fue constatar los logros en el proceso de rescate del ecosistema destruido por nuestra mal llamada civilización. Las alpacas y vicuñas consideradas el "oro de los Incas" a lo largo del imperio del Tahuantinsuyu fueron reemplazadas por ganado vacuno y bovino traído por los españoles.
La leyenda cuenta que el rescate del inca Atahualpa fue pagado en lana de alpaca así como en oro. Los españoles nunca apreciaron su real valor e introdujeron ganado por cientos de miles, especialmente en esta zona, porque sus montañas tenían abundantes pastos y agua. El ganado y las ovejas sustituyeron pronto a la población de camélidos, dejando las llamas solamente para los pobres campesinos indígenas que las usaban por sus pieles o como alimento.
Los camélidos tienen patas especialmente suaves como la palma de la mano humana y este hecho ha permitido el resurgir de hierbas y arbustos llenos de pequeñas flores nativas que a su vez han incrementado la población de especies casi extintas tales como el colibrí de los Andes. La cacería está prohibida y hoy es posible ver lobos y pumas en su hábitat natural. El cóndor, Señor de los Andes, vuela de nuevo sobre los picos nevados.
En nuestra ruta transitamos por caminos, corrales, puentes y cerramientos todos construidos en piedra volcánica a la manera tradicional. El paisaje del páramo como el de nuestra pampa, parece no tener límite y sólo se quiebra con curiosas figuras volcánicas, a menudo piramidales, que hacen pensar en la existencia de una antigua civilización inca que duerme al abrigo de ese volcán que adoraron.
El frío del altiplano es intenso y el viento inhóspito. Por eso, la llegada a la acogedora casa que nos espera, de bellísima construcción y totalmente funcional, gracias a la energía solar, resulta especialmente grata.
Beneficio para la humanidad. Sentados alrededor de una mesa, con menú típico y buen vino, compartimos una rica charla, en la cual, este grupo forjador de sueños, habló con los espíritus del pasado que habían vuelto complacidos a este, su mundo, rescatado para beneficio de la humanidad.
Esta experiencia me lleva a pensar en que estamos en el momento justo para que las mejores tradiciones indígenas, incas y mayas, aztecas y araucanas, sean la base para construir un puente de acción común para el desarrollo de nuestros pueblos. Esto solo se logrará si fortalecemos la riqueza natural que compartimos y reivindicamos la magistral cultura ancestral que nos legaron. Después de todo, los sueños que forjó el indomable espíritu de Bolívar, aún esperan convertirse en realidad.