Vivillos o vivazos...
Sería de mal gusto hablar de corrupción. Esta palabra se ha desvalorizado por su abusivo manoseo. Los vivillos pasivos o activos son legión. Hasta se piensa crear para ellos un benemeritazgo especial. Algunos diputados, patriotas sensibles, ya se encargarán de establecer un nicho especial para estos compatriotas.
En mi columna anterior me refería a un par de vivazos: un honorable caballero y un inspector de tránsito, reflejo desgraciado de la decadencia moral de un sector de nuestra sociedad, quienes hoy disfrutan a sus anchas del dolor de una familia, la destrucción de un vehículo y de un homicidio culposo. Hoy me detendré en algunos vivillos del Instituto de Desarrollo Agrario (IDA) en la administración anterior.
La noticia apareció en el periódico Al Día el martes pasado, producto de una investigación de la Contraloría General de la República. El IDA, como su nombre lo indica, tiene que ver con la tierra y, de aquí, con la distribución de parcelas a personas o familias pobres, deseosas de trabajar y producir. Sin embargo, en la administración anterior del IDA algunos vivillos modificaron el propósito de esta entidad y resolvieron poner en práctica el principio de que la caridad comienza por casa...
Los funcionarios encargados de clasificar a los futuros beneficiarios pusieron sus ojos preferentemente en los empleados de esta institución o en sus familiares. Otros destinatarios de este maná fueron funcionarios activos en otras instituciones públicas, personeros del IDA y trabajadores de la empresa privada. Una de dos: como la ley exige que los beneficiarios trabajen directamente la tierra, estos empleados públicos van a renunciar a sus cargos, habrán inventado un método especial para labrar la tierra desde San José, o bien, poseen el don de la ubicuidad, que consiste en estar en varios lugares al mismo tiempo. ¿No es este, acaso, el poder de Internet?
También disfrutaron de esta cornucopia terrícola tres asociaciones ecologistas, formadas por personas ajenas al agro o por empleados del IDA. Estos terrenos, además, estaban afectados por las normas de la Ley Forestal y, como tales, eran intransferibles. Sin embargo, si quien sirve al altar es justo que viva del altar, también deben gozar de las ventajas de la tierra los abnegados ecologistas. ¿Cómo distinguir hoy entre el negocio ecologista y el servicio, entre el estudioso y el político, entre el denunciante leal y el propagandista, entre el comunista vergonzante reciclado en capitalista y el auténtico defensor de los recursos naturales? Entre los dichosos parceleros figuraban, por casualidad, uno de los funcionarios que llevó a cabo el estudio socioeconómico y el hijo del coordinador regional del IDA, lo que pone de manifiesto el sentido de compañerismo y de integración familiar.
¿No se parece esta historia a algo que pasó en Asignaciones Familiares, en Fodesaf? Primero, los empleados y sus familiares, y, si queda algo, los demás: los pobres y los programas sociales, bajo cuyo alero se han amasado en nuestro país gigantesca fortunas. En fin, la culpa es de los pobres...