José Saramago tiene casi 80 años. Desde hace mucho tiempo califica, según la actual compartamentalización de las edades, como hombre de la tercera edad, ciudadano de oro, a los ejercicios para la vejez y a todos los cursos cuyos contenidos se podrían reducir a "Cómo envejecer feliz". Su opción médica no es otra que la geriatría. Paradójicamente, la capacidad intelectual y creativa de Saramago no califica para nada dentro de los anteriores rubros. A mi juicio es un joven maduro.
Todo lo que se haga para mejorar la calidad física de los ancianos es más que importante; sin embargo, cabe preguntar: ¿qué hace que este "venerable anciano" tenga los músculos de su cerebro en tan buen estado, que se muevan tan armónicamente, que sean incansables y, esencialmente, que tengan la capacidad imaginativa de un "niño"? ¿Cuál es el secreto de Saramago? ¿Tendrá un brain trainer personal que lo mantiene en su estado mental? ¿Cómo se nombra o ubica esa maravillosa cualidad del ser al mismo tiempo viejo (según clasificaciones) y joven según su capacidad creativa? Le pagaría la receta a cualquier precio.
Su recién terminada trilogía, tiene la siguiente característica. El primer texto, Ensayo sobre la ceguera , se publicó en 1995, cuando tenía 73 años. El segundo, Todos los nombres , en 1997, a los 75; a sus 79 aparece La caverna . Entre los 73 y los 79 años publicó tres excelentes textos ¿No es esto prueba fehaciente de lo afirmado?
Misterio de la escritura. El impecable e inconfundible estilo de Saramago no decae en la secuencia de los textos; su magia consiste en que, siendo siempre reconocible su invariable estilo, este se regenera, cobra vida y se adecua durante todo el proceso de escritura de la trilogía. No se percibe la menor muestra de "agotamiento " pues mantiene siempre el mismo ritmo, la misma frescura y el constante sentido de la innovación. Ese es, pienso, el misterio de la escritura de Saramago.
La secuencia temática de la trilogía presenta, según mi lectura, el siguiente proceso. Ensayo sobre la ceguera es una extensa metáfora intemporal que, gracias a la densidad de sus contenidos y a lo plurisignificativo de la literatura, ofrece muchas interpretaciones. Me inclino por el tema de la ceguera como símbolo de la ineptitud de ver/comprender corriendo paralelo al tema de la capacidad de supervivencia de la humanidad siempre incierta en las dicotomías maldad/bondad: odio/amor, rencor/ perdón, egoísmo/solidaridad, violencia/calma. El tratamiento del tema agrede al lector pues es grotesco, macabro, hostil y perturbador hasta lo indecible.
Todos los nombres sucede en un espacio/tiempo más restringido. El personaje principal, empleado de la Conservaduría General del Registro Civil, oficina emblema de la burocracia que lo ahoga en papeles, fechas y datos, se obsesiona por la búsqueda de un amor imposible, que nace, curiosamente, en el interior de esa vorágine de documentos. Digno y solitario, el personaje se constituye en "héroe" al rebelarse contra los mecanismos torturadores e inflexibles de los organismos catalogadores de nuestra época, siempre vigilantes, rígidos y deshumanizados.
Visión desgarradora. El último, La caverna , plantea desde el inicio que se trata del enfrentamiento del hombre artesano con la modernización del mercado en la sociedad de consumo. Saramago hace "sentir" al lector la antropofagia del mall (llamado 'Centro' en el texto) cuya voracidad no conoce distinciones, dejando vivo solo lo que es parte de sus intereses. El cierre del texto es sorprendente pues en la última oración sintetiza, asombrosa y lúcidamente, la tónica de nuestro tiempo. Une a los tres textos, además de la seducción de su escritura, la capacidad imaginativa del autor para engarzar los diferentes sucesos de estas tres monumentales metáforas que recrean, cada una desde su ángulo, una visión desgarradora de la sociedad actual.
Vuelvo al inicio. Saramago, a los 79 años, es joven. Lanzo la hipótesis de que esa juventud es producto de un trabajo de lectura/escritura; en otras palabras, un ejercicio con el lenguaje que no es otra cosa que el trabajo de pensar. Esto constituye una sistemática actividad cerebral de comprensión del mundo, unida a una práctica de férrea confianza en el poder de la imaginación. Así se entrena Saramago. Por eso su escritura se mantiene perpetuamente joven.