De nuevo arremete el señor Carlos Cortés ("El divorcio") contra el que parece su blanco favorito: la Iglesia Católica, a propósito de la decisión de la Iglesia Anglicana de permitir el matrimonio de los divorciados. Con un argumento simplista trata de poner en una encrucijada antojadiza a la Iglesia Católica frente al problema de las parejas divorciadas. Posiblemente ignora dicho señor el enfoque altamente caritativo de la Iglesia en la pastoral que trata de las parejas en situación especial, pero no sólo eso, sino que en su afán de atacar a nuestra Iglesia hace un enfoque burlista del precioso sacramento de la confesión.
No contento con lo anterior, propone una serie de medidas que según él debe la Iglesia adoptar, o lo que es lo mismo, la adopción de una nueva moral acorde con los nuevos tiempos. En otras palabras, que la Iglesia debe adaptarse a los tiempos como si el Evangelio pudiera reescribirse según los vaivenes de la historia. Por otra parte, en una época blandengue y permisiva como la actual de qué serviría esta laxitud moral que él propone. En qué forma contribuiría a resolver los problemas de la sociedad actual y el mejoramiento del individuo cuando los valores morales han tocado ya fondo. No sé si el señor Cortés ha oído hablar de vicios y virtudes correlativos, o sea relativos al mismo objeto.
Si no lo sabe debo decirle que la tolerancia a ultranza en el entorno actual no es una virtud, sino un vicio. Si quiere saber cuál es el criterio para distinguir tolerancia o permisividad, o cuándo se trata de valor o de temeridad.