El pasado domingo 29 de enero, en un reportaje de la revista Proa , de La Nación , que hace una semblanza del doctor Óscar Arias, se me citó, supuestamente en forma textual, del siguiente modo:
«Kevin Casas, candidato a la Segunda Vicepresidencia y colaborador de Arias en la elaboración de sus discursos, ilustra esa visión con una idea del filósofo alemán Max Webber [sic] . "Quien se mete en política -cita- debe saber que el instrumento de la política es la coerción y debe estar dispuesto a hacer un pacto con el diablo. En el sentido de aceptar que, de acciones buenas pueden derivar consecuencias malas, de acciones malas, algunas veces, derivan consecuencias buenas"».
La cita ha generado reacciones curiosas, que me han endilgado desde diversos grados de perversidad política hasta la inminente condenación eterna de mi alma.
Una persona hasta pagó un espacio en algún medio sugiriendo que soy un ateo irredimible.
Además de hilarantes, tales reacciones son previsibles en un contexto electoral y productos de una lectura interesada. De todos modos, el asunto requiere explicación.
Sin que haya mediado ninguna mala intención del periodista, la transcripción incluida en el reportaje cambia de un modo sutil, pero importante, lo que expresé en la entrevista.
En ella utilicé una idea de Weber, uno de los más grandes sociólogos, tomada de su célebre ensayo "La política como vocación", publicado en 1919. La cita exacta es:
"También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando".
Pureza y eficacia. Evidentemente, lo expresado por Weber dista mucho de la afirmación que se me atribuyó en la entrevista.
Ni Weber ni yo dijimos nunca -en mi caso porque no lo creo- que quien se mete en política debe estar dispuesto a hacer pactos con el diablo, ni con los diablos humanos -que abundan en estas lides- ni con el otro, el de los cachos, el tridente y el rabo puntiagudo.
El punto es otro y es más sutil. Weber indica que, siendo la coerción un elemento inherente al poder político, quien se involucra en esta actividad ha sellado un metafórico pacto con el mal, toda vez que el uso de la fuerza, algo normalmente indeseable, puede ser un elemento legítimo para perseguir fines sociales. Eso es todo.
Estoy muy claro de dónde estoy parado y de que hay principios no negociables; pero también entiendo que no es fácil el ejercicio del poder, que la pureza y la eficacia no siempre marchan juntas en la política, y que, como bien lo dice el refrán, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
"Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?", preguntaba Silvio Rodríguez en una de sus canciones.
Así es el mundo real: casi siempre más complejo, más interesante y más humano que las rigideces y las certidumbres morales que desorbitan los ojos de algún Júpiter criollo.