
El Colegio de Abogados de Costa Rica se apresta para una elección de una parte de su Junta Directiva.
El hecho pasaría inadvertido si no fuera por la trascendencia que, desde años, vive el mundo: un mundo globalizado, de cuyo fenómeno el Colegio de Abogados, como parte de nuestra institucionalidad, no puede aislarse.
Eso sería contravenir el paso del tiempo y, siendo este el colegio profesional más antiguo del país, con casi 125 años de fundado, debe colocarse en el sitial que tuvo desde su instalación en 1881.
El crecimiento desbordante de profesionales en Derecho nos lleva a tomar muy en serio la participación que tiene nuestro Colegio en el devenir de nuestra ocupación.
Creo que en estos tiempos se hace impostergable rescatar la credibilidad en el Colegio y con ello en la profesión que en más de un siglo ha sido el orgullo de quienes optamos por su ejercicio como una forma de vivir y, sobre todo, de "hacer patria".
La palabra advocatus ( ad :para y vocatus : llamado) significa quien "aboga", "defiende", "consuela", "da socorro", como lo hizo san Ivo, nuestro santo patrono.
La "abogacía" es la profesión y ejercicio de abogar; es la peritación en derecho, sea en la intervención en juicio por los intereses de los litigantes como consultadas que éstos nos hagan.
Es en la antigua historia que encontramos al advocatus , quien hablaba ante el pueblo en litigios y es en Grecia donde Pericles es el primer abogado profesional reconocido.
Ya en Roma la defensa la tiene el "Patronato", obligado a defender a su cliente y, dada la complejidad de los asuntos, se hace menester la formación de "técnicos": brillantes oradores y jurisconsultos quienes, ante el pueblo, se reunían en las afueras del Foro, donde se practica la defensa. El Foro llega al máximo esplendor cuando los pontífices eran elegidos de entre los profesionales de la abogacía, agremiados en el "Collegium Togatorum".
En Roma, el jurisconsulto Ulpiano afirma, como máximas de derecho: Honeste vivere, Alterum non laedere y Suum cuique tribuere , (Vivir honestamente, No dañar a otro y Dar a cada uno lo suyo); preceptos de recta conducta, no solo para los abogados, sino para toda persona.
Ya en la legislación española, vigente durante la colonización, se habla de los "maestros del Derecho", sistematizándose una normativa para "el ejercicio de la abogacía", con su sentido originario de "dignidad': en su ejercicio, presuponiendo altas calidades culturales y principios morales.
Como nos dice el jurista Ciuratti, el abogado para ser llamado tal debe ser "...un literato, un crítico, un moralista, que tenga la experiencia de un viejo y la inefable memoria de un niño, y tal vez, con todo esto, forméis un abogado completo".
Estas palabras nos hacen meditar precisamente sobre las condiciones requeridas por quienes dedicamos la vida, a este "noble oficio". El abogado debe ser como la hoja de una espada: "recta, flexible, brillante y acerada" (Arturo Orgaz).
He ahí el propósito último de nuestro "Collegium Togatorum": hacer de los abogados letrados que sepan defender y hacer cumplir las leyes, dignificando la profesión y haciendo propio la máxima del derecho: "Fiat justicia, pereat mundus" (Hágase justicia aunque perezca el mundo). Y, con ello, lo más importante: devolver la credibilidad a nuestro oficio.
Volvamos a sentir orgullo de ser abogados, una profesión que ha sido baluarte en la consolidación de nuestra Estado de derecho y que, como lo dijo un día el poeta Rubén Darío: “...Y lo que nota el observador en aquella República es la influencia absoluta del abogado. El abogado, el comerciante, el agricultor: trimurte potente. El bufete, el mostrador y el buey”.