Después de casi ocho meses de prisión en La Haya, a inicios de esta semana empezó el juicio del Tribunal Penal Internacional para los crímenes de guerra en Yugoslavia contra el exjefe del Estado serbio, Slobodan Milosevic. Por la dimensión y magnitud de este proceso, el resultado final constituirá el primer gran precedente del siglo XXI en materia de crímenes contra la humanidad y de guerra, así como un hito en la futura evaluación jurídica sobre violaciones a los derechos humanos. La magnitud de los crímenes cometidos y el hecho de ser el primer exjefe de Estado procesado por este tipo de delitos, el precedente Milosevic marcará un cambio de rumbo en la jurisdiccionalidad internacional en esta materia.
Milosevic alcanzó la presidencia de la República de Serbia en 1989 y, muy rápidamente, protagonizó una de las escaladas militares de "limpieza étnica", persecución y genocidio más cruentas y masivas del siglo XX, después del genocidio nazi de la Segunda Guerra Mundial. Las tres guerras promovidas por Milosevic: la de Croacia (1991-1995), la de Bosnia Herzegovina (1992 -1995) y la de Kósovo (1998-1999) provocaron un total de 250.000 muertos, ciudades destrozadas, centenas de miles de familias desintegradas y millones de seres humanos que, durante muchos años, fueron obligados al nomadismo dentro de sus propias patrias de casi siete siglos. La exacerbación de la Gran Serbia, mediante un nacionalismo confesional y delirante, caracterizado por un sentido de la patria-nación y del chovinismo endógeno, desembocó en guerras cruentas contra los turcos y otras nacionalidades desde el Alto Medioevo, incluidos los últimos ocho siglos. Este fue el móvil fundamental de Milosevic, renovado a fines del siglo XX. Estos nacionalismos latentes habían sido temporalmente dormidos por la ficción política de la Yugoslavia de Tito, sostenida más por el equilibrio y las correlaciones de poder de la Guerra Fría y el intento de equidistancia entre el mundo capitalista y comunista de aquellos años, que por un proyecto real de nación común. Después del estallido de la olla de presión de las ideologías a partir de 1989, quedó claro que, detrás de la antigua Yugoslavia, pervivían siete naciones distintas, con sus contradicciones y diferencias.
Al igual que en la Segunda Guerra Mundial, el mito de la raza y del enfrentamiento de los nacionalismos fue el combustible para la carnicería humana. En tal sentido, el mote de carnicero de los Balcanes no pudo ser mejor adjudicado. La condena de Milosevic constituirá, sin duda, un paso adelante en materia de derechos humanos y defensa de la comunidad internacional contra el genocidio y los crímenes contra la humanidad. Una de las grandes enseñanzas de este proceso es que el Tribunal Penal Internacional debería, además, llevar a cabo un examen global del conjunto de violaciones cometidas, sin importar el signo ideológico. No obstante lo execrable de los crímenes de Milosevic y de su obligada condena, mucha de la información ventilada en el juicio, durante los últimos días, parece indicar que hubo también graves daños causados por otras de las partes del conflicto, así como por algunas de las naciones occidentales que participaron en las misiones bélicas en la región. Un esclarecimiento global de todas las circunstancias, así como de todos los responsables, representa un paso obligado para la justicia internacional y para el futuro de la humanidad.