Un reciente artículo sobre los últimos choques entre la oposición y el Gobierno venezolano traía a cuento la historia del término “desaparecido”, de ingrata memoria en la historia de muchos países, sobre todo suramericanos.
Según el articulista, la palabra habría sido creada en la Escuela de las Américas (también de ingrata memoria) cuando esta tenía su base en Fort Gullick, Panamá, como parte del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos.
La cita de “desaparecido” me llevó a un rápido recuento de una serie de eufemismos que se han venido acuñando desde hace varios años para disfrazar los verdaderos hechos y significados.
“Desaparecido”, tal vez el más grotesco de todos, permitió extender durante largo tiempo un manto de duda, incertidumbre e impunidad sobre lo que en realidad acaeció en muchas latitudes: asesinatos masivos de adversarios políticos por parte de dictaduras militares.
La globalización quizás, de la mano del poder mediático, trajo consigo interpretaciones edulcoradas, pero igual de falaces.
Hablando del propio Hugo Chávez, el golpe de Estado fraguado contra él en abril del 2002, se tiñó de “renuncia”.
Hace pocas semanas, la salida del presidente Jean Bertrand Aristide de Haití se camufló de “viaje voluntario”, y nadie, como señala Ernesto Carmona, defensor del lector de la revista chilena El Periodista , se preguntó por qué fue James Foley, el embajador norteamericano en Puerto Príncipe, quien hizo el anuncio en CNN, teniendo a su lado a Boniface Alexandre, nuevo presidente interino.
Las famosas operaciones Tormenta en el Desierto (Guerra del Golfo), Operación Libertad Duradera (invasión de Iraq) y Tormenta en la Montaña (búsqueda de Osama bin-Laden), expresiones efectistas con móviles muy bien planeados, se enmarcan en la misma línea.
Y de la misma factura son los ya populares eufemismos de “daños colaterales” y “pérdidas casuales”, modernos vocablos para decir simplemente crímenes.