Hubo un escritor enigmático que se llamó Maquiavelo, sobre quien se han vertido innumerables juicios.
El dio consejos o expresó cómo debía actuar un gobernante ( El Príncipe ) si quería alcanzar el éxito en su tarea.
Pergeñando sus escritos, aparece todo esto:
La prudencia aconseja faltar a la palabra dada cuando la lealtad puede resultar peligrosa para el Estado.
El gobernante puede recurrir a la astucia, a la mentira descarada y, cuando sea necesario, a la fuerza.
Ha de tener habilidad para fingir y disimular.
Su norma política es el oportunismo y la propia conveniencia: no hay norma moral que regule la conducta del gobernante.
El criterio supremo es el éxito, la eficacia, el interés del gobernante o del Estado, sin reparar en si es justo o injusto lo que se hace y sin importar los medios.
El honor y la moral no cuentan.
Si se desea el triunfo, no deben tenerse en cuenta los preceptos morales.
No hay que retroceder ante nada con tal que el resultado sea beneficioso para él.
Todos los medios son buenos.
La fuerza o la astucia justifican el derecho.
Si es para el bien del gobernante, no debe detenerse ante razones de justicia ni injusticia, de humanidad ni crueldad, de honor ni deshonor.
El gobernante no debe retroceder ante el perjurio, la traición… con tal que sirvan para lograr sus propósitos.
Los intereses particulares deben subordinarse al del Estado.
El gobernante debe servirse de la religión según le convenga, como de un medio para dominar a su pueblo.
No se debe tratar a los hombres como si ellos fuesen buenos.
El gobernante no debe aspirar a lo mejor, sino atenerse a la realidad. Debe aprender a ser no bueno, según sea necesario.
No debe preocuparse por evitar lo que parece malo, sino buscar ante todo su utilidad.
Si es posible, no debe apartarse del bien; pero, si es necesario, debe saber emplear el mal (mentira, traición).
Con ocasión del modo como se fraguó la ruptura de relaciones con Taiwán, recoge la prensa palabras del Ministro de Relaciones Exteriores: Lo que realmente interesa al pueblo de Costa Rica es el resultado, no el proceso. Es decir, el fin justifica los medios.
¿Cómo convencer a los que actúan mal para conseguir lo que les interesa utilizando medios malos, si desde arriba lo que cuenta es el fin y no los medios?
Aparece contradictorio proclamar que gobernar es educar y proceder maquiavélicamente. Salvo que se quiera impulsar que cada cual use los medios que quiera para conseguir sus fines: obtener el resultado sin importar el proceso...