Todas las discusiones sobre cuándo comienzan los siglos, milenios y demás calendas, se fundan en este error: suponer que el coro puede tener extensión... y que, consecuentemente podría (o hasta debería) existir un año cero. Esto es error y craso, como todo estudiante de matemáticas elementales sabe. El cero es un "número" por metonimia, metafóricamente; realmente cero es una frontera, es decir, un punto en cuyo entorno, por pequeño que este sea, se encontrarán siempre elementos de más uno y de menos uno. Dicho de otra manera, es una nada, caracterizada porque, proyectándolo sobre la línea recta, a su izquierda los números se reputan negativos y a su derecha positivos... en tanto que él: ¡ni fu, ni fa!
Si algún perspicaz lector arguye que lo mismo pasa con todos los enteros (es decir, que todos son fronteras, pues en sus entornos no se encuentran enteros), debo decirle que bien arguye, pero que la respuesta (es del matemático Cantor si no recuerdo mal) está en que Dios inventó los enteros... todos los demás el hombre, excepto que, como buen escolástico el Exiguo lo sabía bien, la nada (el cero) por no existir carece de atributos reales y posee solo los convencionales que hemos querido atribuirle, para nuestra comodidad y conveniencia.
Por eso no estamos (todavía) ni en el siglo XXI, ni en el III milenio. Cosas que deberán esperar otro año, como todos nos convocaremos axiomáticamente, llegada la ocasión, para pretextar otra celebración.