Una de las instituciones públicas más oportunas y provechosas del país ha sido el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA). Así lo han demostrado, a lo largo del tiempo, las entidades similares en todo el mundo, cuyo mejor exponente en Costa Rica fue, desde los albores del siglo pasado, el colegio de artes y oficios de la obra salesiana en Cartago, el pionero de esta modalidad educativa, convertido, luego, en el Instituto Técnico Don Bosco, en San José, plataforma del CEDES Don Bosco, en Alajuelita, una institución ejemplar y visionaria.
Estas instituciones, como el COVAO en Cartago y otros colegios establecidos por el Estado o por la iniciativa privada, en el campo de la formación técnica, combinada con la académica, han dado frutos abundantes y siguen demostrando la certeza y bondad de su creación, así como la necesidad de fortalecerlos técnica y financieramente. Por su actualidad, por su demanda y por avanzar al compás de la globalización y de la tecnología, en su ámbito propio, estos colegios constituyen la mejor solución para un grueso contingente de jóvenes estudiantes. Las informaciones periódicas sobre la plétora de estudiantes que ingresan en los colegios académicos y que desertan, por diversas razones, así como el número de profesionales universitarios con título, pero sin trabajo, obligados a realizar cualquier tarea, y la incapacidad del INA, como informamos ayer, para satisfacer las demandas en ciertas carreras, como Inglés, Turismo, Informática y Alta Tecnología, obligan a nuestras autoridades educativas y políticas a poner manos a la obra. Es preciso abrir nuevas y excelentes oportunidades a los estudiantes en el campo técnico y tecnológico.
El 20 por ciento de las 174.000 personas que, este año, solicitaron cupo en el INA no pudieron satisfacer sus deseos de formación y superación. Estos 29.000 aspirantes engrosan ahora la lista de espera de esta institución educativa. Un estudiante, nos dice la información, tuvo que esperar dos años para matricularse en la carrera de Mantenimiento Industrial, y las ilusiones de 150 se vieron frustradas, por el mismo motivo, en el 2005. Por otra parte, la oferta en ascenso de trabajos donde se exige el inglés choca contra el déficit de personas que lo dominen. Desde hace años, se tenía noticias de esta realidad, mas el Estado no ha actuado en consecuencia. El INA y otras entidades similares hacen esfuerzos para ponerse al día en diversas modalidades. Sin embargo, mientras no se actúe con coherencia y en forma integral, se seguirán perdiendo las oportunidades, y la desesperanza se apoderará de numerosos jóvenes. En este sentido, no es sensato, por ejemplo, que por indicación de la Autoridad Presupuestaria, el INA se vea obligado a producir un elevado superávit que, en los últimos años, ha rebasado los ¢20.000 millones en cada ejercicio presupuestario.
La educación nacional exige y merece una nueva visión y actitud. La rutina y los gremios deben ceder su lugar a la innovación, a la excelencia y al espíritu de servicio. El Consejo Superior de Educación debe remozarse y reestructurarse. El Gobierno y las universidades públicas deben trabajar al unísono. El MEP debe reformarse desde sus raíces. La educación técnica y la científica deben recibir toda la atención del Estado y de la empresa privada. La calidad de la enseñanza y de los educadores ha de ser objeto de un esmerado trabajo de revisión y renovación. En esta campaña política este tema debe ocupar el lugar preferente, seguido de un propósito firme de cumplimiento.