El Partido Liberal Democrático (PLD), que durante siete décadas ha dominado el panorama político japonés, sufrió el domingo una dura derrota. No es posible aquilatar aún si respondió a razones puntuales que pueda superar a corto o mediano plazo –en particular, el descontento por el incremento en el costo de vida– o si fue producto de cambios más profundos en las preferencias y móviles del electorado. Lo indudable es que refleja fuertes corrientes de descontento y tendrá un considerable impacto dentro y fuera del país.
Desde su formación en 1955, el PLD solo ha perdido el control del gobierno durante dos breves periodos: entre 1993 y 1994, y entre 2009 y 2012. En la mayoría de los casos, ha obtenido suficiente apoyo parlamentario para ejercerlo en solitario; en otros, con el apoyo de alguna fuerza minoritaria. Esta resiliencia ha sido producto del éxito de muchas de sus políticas, de una cultura política generalmente consensual, de su control directo o indirecto sobre múltiples resortes del poder y la economía, y de su capacidad de rotar élites internas, que le han permitido adaptarse a diversas circunstancias y desafíos.
Su debilitamiento, sin embargo, ha sido progresivo en años recientes. El domingo llegó al peor momento: será la primera vez en su historia que no tendrá mayoría en ambas cámaras de la Dieta o Parlamento, luego de unas elecciones anticipadas que le hicieron perder el control de la Cámara Baja en octubre pasado.
Esta vez se eligieron 124 de los 248 escaños que componen lo que, en la práctica, es su senado. El PLD, junto a su socio Komeito, un partido budista, perdió 19 de puestos y quedó dos por debajo de la mayoría. Aparte de este golpe, lo más novedoso –aunque esperado– fue que, lejos de que el revés lo capitalizara su tradicional rival y segunda fuerza parlamentaria, el centroizquierdista Partido Constitucional Democrático (PCD), los grandes beneficiarios fueron dos partidos emergentes. Uno, el Democrático para el Pueblo, de tendencia populista, pasó de nueve a 22 escaños. Sanseito, de extrema derecha y con una retórica antimigratoria similar a la de Donald Trump, saltó de dos a 15. En ambos casos, captaron un considerable apoyo entre los jóvenes.
La gran pregunta es si el buen desempeño de ambos marcará una transformación definitiva en los parámetros de la política japonesa, con mayor inclinación hacia cierta polarización y posiciones más extremas, o si podrá haber un reflujo hacia la centroderecha y centroizquierda tradicionales, que han sido sus grandes polos electorales y de identidad hasta la fecha.
El principal eje de campaña y la mayor razón para el castigo al PLD y su primer ministro, Shigeru Ishiba, fue el alza en los precios, particularmente del arroz –que prácticamente se ha duplicado– y otros productos básicos. También emergió, sobre todo atizado por Sanseito, el tema migratorio, pese a que la población extranjera en Japón no supera el 3% de la nativa y es indispensable para suplir la falta de mano de obra producto de su envejecimiento.
Sin embargo, los temas más consecuentes son otros: las negociaciones comerciales con Estados Unidos, ante las amenazas impositivas extremas de Trump, y los desafíos a la seguridad de Japón y del este de Asia en general. Pese al mal desempeño electoral, Ishiba ha manifestado que se propone mantenerse a la cabeza de un gobierno de minoría, para garantizar la estabilidad. Sin embargo, de materializarse esta intención, el resultado podría ser lo contrario: un periodo de turbulencia política plagado de innecesaria incertidumbre.
Lo más sensato y conveniente para el país sería la formación de un nuevo gobierno, casi inevitablemente encabezado por otra figura del PLD, que tome en cuenta el mensaje y los mandatos del electorado. Podría contar entonces con legitimidad y apoyo suficientes para legislar, y tener la fuerza necesaria para enfrentar la arremetida proteccionista estadounidense. Además, podría afrontar de mejor forma el necesario balance de las relaciones con China y Corea del Sur, un aliado que no olvida las atrocidades japonesas durante su ocupación de la península antes de la Segunda Guerra Mundial.
Japón es un país clave para la estabilidad, el comercio y el desarrollo, tanto a escala regional como global. El resultado electoral del domingo, y el nuevo panorama político que produjo, no implican una crisis. Sin embargo, sí representan una prueba para sus dirigentes. Cuanto antes se logren reacomodar las piezas de la nueva realidad, para dar curso a un gobierno robusto y funcional, mejor para todos.

