La Carpio es el mayor asentimiento de inmigrantes de Centroamérica y aún pesa sobre ella el estigma de la xenofobia y la realidad de la desigualdad socioeconómica y la segregación urbana. En los últimos años, sin embargo, no solo ha sido fuente de noticias por la lucha de pandillas y los incidentes violentos sino por haberse convertido en un modelo de intervención comunitaria.
La Cueva del Sapo, como su nombre lo indica, fue el lugar más temido y empobrecido de La Carpio hasta hace un lustro, cuando una de sus habitantes, Alicia Avilés, quien se desempeñaba como empleada doméstica, decidió transformarla en el proyecto “pequeña gran ciudad” y contactó a la comunicadora Maris Stella Fernández.
Desde entonces han trabajado juntas en la creación del Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social (Sifais).
Del germen inicial de la idea, que fue uniformar el equipo de fútbol local, se pasó a organizar una orquesta sinfónica y a consolidar un centro de artes, deportes y educación práctica, que ha movilizado $1 millón, gracias al aporte de empresas privadas y organizaciones no gubernamentales, y ha sumado el entusiasmo de 300 voluntarios.
Esta iniciativa, que Fernández define con elocuencia como “una labor de sombrero” –de recoger plata- y buena voluntad, aprovecha dos de los grandes recursos que dispone la sociedad costarricense y que generalmente desperdicia, la actividad física y la creación artística, para luchar en contra de la violencia, la deserción escolar, la exclusión social y la falta de oportunidades.
El Sifais no solo le devuelve un rostro humano a La Carpio, por medio de una activa cooperación binacional, que salta por encima de las diferencias económicas, culturales o legales –porque una parte de la población inmigrante es indocumentada-, sino que le ofrece herramientas a los beneficiados para integrarse como futuros ciudadanos en la sociedad costarricense, sin avergonzarse de sus orígenes o esconder la cara.
No puede escapársenos que la importancia del programa, como otras acciones de la sociedad civil, también está en que contribuye a suplir la negligencia e incomprensión del Estado, que en 20 años no ha logrado resolver los problemas más básicos del asentamiento.
Los periódicos esfuerzos de organización comunitaria, para dotar a la barriada de calles y aceras, canalizar las aguas residuales y mejorar el abastecimiento de agua potable, han chocado siempre con el desinterés de las autoridades.
En noviembre pasado, el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) admitió que un plan para otorgar títulos de propiedad a 4.700 familias de La Carpio fracasó, después de un proceso de siete años en este asentamiento donde residen más de 30.000 personas.
Una bien articulada maraña de burocracia, falta de voluntad política, descoordinación institucional y trámites municipales dio al traste, una vez más, con las esperanzas de una comunidad que, a pesar del mito, en su mayoría es costarricense y, más allá de las visiones obtusas, comparte un futuro binacional. “...no hay comunicación entre las instituciones, se tiran la bola unas a otras y nosotros somos los perjudicados”, afirmó la dirigente Zulay Valverde.
A pesar de lo anterior, el Sifais ha logrado establecer programas en conjunto con el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y el IMAS, para el mantenimiento de una guardería, lo que potencia su papel estratégico como agente de cambio y eje de una red institucional alrededor de La Carpio.
Aunque aún le falta una tercera parte del presupuesto necesario, el Sifais planea inaugurar dentro de dos meses el Centro de Integración Cultural y mostrar los frutos de una idea a la que le llegó su hora. Los frutos de la solidaridad.
Harían muy bien las instituciones del sector social de la Administración Solís en tomar nota, para beneficio de La Carpio y de otras comunidades, que urgen de soluciones creativas a sus problemas más apremiantes.