Los comicios del próximo domingo cierran un largo e inadvertido proceso electoral, pero abren sendos retos para el candidato vencedor y los dos partidos mayoritarios.
Al presidente electo, más allá de si habla bonito o es innovador, corresponderá mantener la confianza de los inversionistas extranjeros y alentar un proceso de amplios consensos para que coexistan la estabilidad y las reformas estructurales que se necesitan.
El futuro de algunas entidades públicas y de la deuda interna no admite ambigüedades o medidas de "nadadito de perro".
En el fuero de Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana la reestructuración y los movimientos internos serán más que perentorios.
De cara a las elecciones del 2006 y con la eventual amenaza de Acción Ciudadana siempre y cuando subsista, ambos partidos tendrán que revisar su libreto ideológico, remozar su estructura y propiciar una participación popular más transparente.
De salir derrotado el próximo domingo, Liberación Nacional estará ante la disyuntiva de conciliar fuertes liderazgos, cada uno en busca de una ventaja preelectoral: arayismo, figuerismo, alvarismo y con una mínima expresión no desdeñemos el eventual papel que tendría el corralismo.
En la Unidad es inminente el retorno del influjo del expresidente Rafael Ángel Calderón, venido a menos, por estrategia y con no poca desazón, ante la acometida del fenómeno Pacheco.
Es más: ya se comenta que el exmandatario está evaluando algunas fichas cercanas que podrían asumir pronto, por ejemplo, la presidencia del partido.
El próximo domingo no solo elegiremos al futuro presidente, sino que estaremos a las puertas de un proceso vital para los partidos mayoritarios.