Los griegos decían que los dioses cegaban a quienes querían perder. Ojalá que no sea así, porque solo enceguecidos es que nuestros diputados han podido empantanarse en una elección como la del defensor de los habitantes.
Envalentonados con sus 29 votos, los oficialistas perdieron toda noción de límite, llegaron a proclamar que nombrarían también al adjunto y, torpemente, quisieron imponer la fecha de la votación. Los opositores, a su vez, creyeron llegado el momento para exigir a capricho que la votación fuera calificada y no simple como lo exige la ley; pidieron la renuncia del candidato del oficialismo; agregaron nombres a la lista de la malhadada Comisión de Nombramientos; y, finalmente, semidescubrieron porque, preguntados, ninguno pudo concretarlo un indefinido parentesco del candidato oficial con el Presidente.
El espectáculo ha sido deprimente y de ningún beneficio. En algo tan sencillo se declaró una guerra total y hasta se rompió el quórum invocando dos argumentos: que el presidente de la Asamblea quería imponer arbitrariamente una fecha de votación y que el Ejecutivo había metido sus manos en la elección. Lo primero, aunque cierto, no era más que una torpeza política fácil de detener. Y lo segundo, como decía don Pepe: ¿extraña la extrañeza? ¿No ha sido ésta una práctica en que ni el PLN ni el PUSC pueden lanzar la primera piedra? ¿No ha sido esa la tragedia constante del Legislativo desde hace mucho, gracias a la inconsciencia de ambos partidos?
Ojalá que esta sensibilidad de última hora sea el inicio de una rectificación responsable de los diputados sobre la independencia de poderes; porque es extraño que en otras cuestiones más trascendentes el acuerdo haya estado a flor de piel, mientras que en algo tan simple como esta elección, se esté como con la burrita, dando dos pasos para adelante y veinticuatro para atrás.
En todo caso, ha habido una notoria incapacidad de negociación, pues se llegó a cortar la comunicación, se dejó de parlamentar y se rompió el quórum en medio de vociferaciones. Se ha demostrado, además, el absurdo de la bendita Comisión de Nombramientos, que hace rígida y burocratiza la elección de funcionarios al crear un mecanismo que, o bien impide la negociación, o bien, si esta se realiza, no sirve para nada; pero que, en cualquier caso, ata las manos a los diputados y los amarra a las soluciones menos flexibles y convenientes. Es un procedimiento solo hipócritamente más objetivo y democrático, que debilita al parlamento y reduce, a cambio de nada, el ámbito discrecional de los diputados. Se ha olvidado, así, que en política las ternas pueden no ser de tres, sino de cuatro.
Esta absurda medición de fuerzas, que condujo hasta la ruptura permanente del quórum, se ha hecho a costa del prestigio de la Asamblea; ha significado un abandono de los problemas nacionales más urgentes por ocuparse de un tema rutinario, y, con la autoclausura de la Asamblea, ha abierto el campo a la tentación, a los ojos de demasiados ciudadanos, de vivir sin parlamento.
Se trata, en fin, de un proceder propio de quienes ya no tienen la excusa de la novatada para justificar sus yerros, que convirtió la elección del defensor de los habitantes en la elección de los diletantes.