La llamaré Devi, que significa 'diosa', pero que es nombre femenino que se usa en la India. Procedía de alguna pequeña aldea cerca de Banaras, y hablaba un dialecto que yo no podía entender. Aunque era pobrísima, parecía siempre alegre, y me hablaba y me sonreía mientras limpiaba la casita que yo compartía con otra estudiante extranjera.
Al llegar a la Universidad Hindú de Banaras, me asignaron ese pequeño "bungalow" en la zona en que viven las profesoras universitarias solteras. Debía compartirlo con una estudiante europea bastante mayor que yo, que realizaba un doctorado en filosofía budista. La casa era muy sencilla y tenía un pequeño jardín al frente. Mi habitación de piso de cemento pulido, con un pequeño armario empotrado en la pared, tenía una ventana sin vidrio, pero con puertas de madera para cerrarla durante la noche. Como no había muebles, compré lo indispensable para el tiempo que pasaría en esa universidad: una rústica cama de madera sin pintar, con su malla de mecates trenzados, un colchón, una almohada de paja y la ropa de cama absolutamente necesaria. También tenía un toldo de punto grueso para protegerme de los zancudos en la noche. A un lado de la ventana de mi cuarto, una mesa rústica con su respectiva silla y una lámpara me servía para estudiar. Mi valija descansaba sobre el piso en un rincón.
Un solo vestido. Cuando estudiaba, Devi llegaba a limpiar el piso y parecía contarme muchas cosas porque no paraba de hablar. Yo detenía mi lectura, la escuchaba y le sonreía. Ella no acostumbraba hacer lo mismo con mi compañera de casa, que también trabajaba en su tesis sentada en su mesa en otra habitación. Era una mujer blanca, rubia y de ojos azules y tal vez no tenía simpatía por la pobre Devi, con su viejo y único sari , que realizaba una labor muy humilde, como era limpiar el piso, en cuclillas, con un trapo mojado.
Con el tiempo me di cuenta de lo absolutamente innecesarias que son muchas aparentes comodidades que yo había disfrutado antes. Aprendí que podía ser feliz sin necesidad de ellas.
Cada mes yo salía de viaje de acuerdo con el programa que mi profesor me asignaba: visitar determinados monumentos históricos y arqueológicos y museos. Al regresar cada mes a Banaras, sentía una gran emoción cuando el tren atravesaba el largo puente sobre el ancho Ganges. Era como si volviera a mi hogar, y me invadía una profunda paz y alegría que aún me es difícil de explicar. Creo que durante todos esos meses aprendí que podía ser muy feliz con poquísimas cosas materiales. El choque cultural lo tuve cuando regresé y pasé por los Estados Unidos.
Con ropa mojada. Devi siempre mostraba alegría al verme de nuevo. Recuerdo que era tan pobre que, al terminar sus labores caseras después del almuerzo, se iba al patio en el que había una pileta con un tubo alto; se desnudaba, se bañaba y lavaba su vestido con abundante jabón; lo enjuagaba y lo retorcía y con esa ropa, así mojada, se vestía. Yo deseaba regalarle una segunda mudada, pero no me atrevía a hacerlo sin el consentimiento de mi compañera de casa, que por haberme precedido por dos años, se sentía con autoridad para manejar la casa, aunque compartíamos todos los gastos. Por fin, ella aceptó y le regalamos un segundo sari .
No sé cómo Devi intuyó que mi última salida de Banaras sería definitiva. La víspera de mi viaje llegó con un plato de comida que me entregó; con gestos me explicaba que ella había hecho esa comida para mí, con su propio dinero: era su regalo de despedida. Sentí entonces que era el mejor regalo que había recibido en mi vida.