En relación con un comentario en Cartas a la columna sobre la cultura popular y el uso de vejigas en la mascarada tradicional, debemos puntualizar que Costa Rica heredó la fiesta de las mascaradas mediante la evangelización de nuestros indígenas, con el cristianismo. La fiesta de los gigantones, cabezudos, caretas y el uso de las vejigas de carnicería es un elemento propio de inicios medievales y europeos, para perseguir a los niños y gente con el fin de que se asustaran o se rieran durante la fiesta; las vejigas se rellenaban con tierra, piedras o clavos.
En los siglos XVII y XVIII, las fiestas de pueblo eran juegos como tirar barro, agua, huevos podridos y saquillos de tela que contenía arena; también se arrojaban confites de menta, lo que más adelante se transformó en el confeti.
La fiesta del pueblo es la dimensión popular y social, es lo pagano-profano; las fiestas son rituales que comunican sentimientos colectivos, de exaltación, de baile por las calles al son de la música. La esencia de la fiesta es quitarse la cara y ponerse la careta, olvidando lo feo o lo bonito.
La comunidad de Barva de Heredia es hoy sinónimo de tradiciones, alegría de pueblo, que vive la manifestación de la mascarada como lo hacían a principios del siglo XVII, en América y Europa, donde aún utilizan las vejigas y tiran agua.
Recordemos que la fiesta es un espacio en el tiempo para dar rienda suelta a los placeres, para después entrar en el tiempo de Cuaresma para limpiarse el espíritu.
Lo anterior nos permite valorar a la fiesta popular o los carnavales en la proclamación como patrimonio de la herencia cultural e inmaterial de la humanidad, en el conocimiento de la importancia de la identidad de la gente, de los pueblos y las sociedades.