¿Quién debe gobernarnos? Esta pregunta se la plantearon Sócrates y Platón hace 2.400 años y todavía la humanidad no ha encontrado la respuesta correcta. La única luz que se tiene es que rara vez los gobernantes están por encima del término medio, ya sea moral o intelectualmente, por lo que en política siempre debemos prepararnos para lo peor. Karl Popper, gran filósofo racionalista de este siglo, considera que el problema debería de enfocarse cuestionándonos en qué forma se deben organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes incompetentes o poco honestos no puedan ocasionar demasiado daño. El problema fundamental de la teoría política es de qué manera puede controlarse el poder político, su arbitrariedad y abuso. La democracia ha dado grandes pasos en este sentido, sin embargo, en Costa Rica las puertas de la corrupción y el poder político están abiertas de par en par al tener tantos ministerios, instituciones autónomas y burocracia. Constituye una actividad equivocada culpar a la democracia por los defectos políticos que presenta, más bien deberíamos culparnos a nosotros mismos, a los ciudadanos del Estado Democrático, ya que por indolencia e indiferencia, no hemos exigido a los políticos que depuren el sistema con celeridad.
La realidad es que los políticos son necesarios y la democracia necesita de ellos para que la dirijan. La sociedad civil puede darse por satisfecha si los candidatos que aspiran a la presidencia de la República cumplen como mínimo con las siguientes cuatro virtudes.
Tener modestia intelectual: Tanto Sócrates como Platón exigen al político la sabiduría. Sin embargo, esto tiene un significado diferente para ambos. Platón interpreta la demanda de sabiduría en el político como una demanda del gobierno de los sabios; solo el dialéctico con una buena formación, el filósofo erudito, el sofista es competente para gobernar. Para Sócrates significa que el político debe ser plenamente consciente de su indiscutible ignorancia. Cuanto más aprendamos acerca del mundo, más claro y definido será nuestro conocimiento de lo que no conocemos, nuestro conocimiento de nuestra ignorancia. Esto demuestra el contraste entre la modestia intelectual y la arrogancia intelectual.
No hacerse pasar por profetas: Para Popper lo peor que pueden hacer los intelectuales y los políticos el pecado cardinal, es intentar establecerse como grandes profetas con respecto a sus congéneres e impresionarlos con filosofías e ideas desconcertantes. El "profeta" se cree un iniciado dueño de la verdad, con dotes intelectuales superiores, que habla de manera profunda, oscura y grandilocuente, ya que no le interesa darse a entender para no despertar el pensamiento crítico. El político serio, intelectualmente honesto, transmite su mensaje de una manera sencilla, clara y convincente. Está plenamente consciente de que puede equivocarse, por lo que siempre está anuente a aceptar la crítica racional, y así permanecer alejados de todo pensamiento dogmático.
Cuidarse de la opinión pública: La opinión pública es la savia de la que se nutren los políticos populistas. El populista carece de ideas y proyectos y le atribuye a la voz del pueblo una suerte de autoridad final y sabiduría sin límite. El político líder, según Popper, es aquel creador de opinión pública que mediante libros, artículos, conferencias y debates consiguen que algunas ideas sean rechazadas primero, luego debatidas y finalmente aceptadas. Aquí se concibe a la opinión pública como una especie de respuesta pública a las ideas y esfuerzos de aquellos reformadores que crean nuevos pensamientos, ideas y argumentos. Este es un proceso lento, algo pasivo y por naturaleza conservador, digno de un estadista y no de un político oportunista.
Actuar con ética: La ética es la disciplina filósofica que tiene que ver con la moral, con la diferencia entre el bien y el mal en la conducta humana. La idea de ética ha sido mal concebida especialmente en medicina y política, ya que conduce al encubrimiento de los errores con el fin de proteger al colega. Popper considera que la ética debe basarse en el principio de que la mejor crítica es la autocrítica pero es necesario también aceptar con gratitud la crítica de los demás. Se convierte en un deber evitar en lo posible cometer errores, sin embargo es imposible evitar todos los errores, incluso todos aquellos que son en sí evitables. Para aprender a evitar los errores debemos aprender de ellos por lo que la tan común actitud de encubrir los errores constituye el mayor pecado intelectual.
Estas cuatro cualidades pueden marcar la diferencia para tener una campaña de altura y un buen eventual gobierno. Se convierte en un deber de todo elector poder discernir entre el político que navega con bandera falsa y el estadista ético, modesto, racional y creador de opinión pública.