La televisión divulgó la semana pasada uno de los casos más espantosos y flagrantes de deshumanización del que yo haya tenido noticia jamás. Una anciana colombiana, Carmen, paciente terminal de sida, se murió desnuda en la calle, obligada a convertirse en piltrafa humana porque ningún hospital de Cartagena le abrió las puertas.
La agonía de esta mujer, que debería avergonzar a la humanidad entera, merece contarse: su caso es parte de lo que en Cartagena, no sé si en otras ciudades colombianas, se conoce como "el tour de la muerte". Una ambulancia acude ante la llamada de emergencia, carga al enfermo y comienza una interminable ronda alrededor de los hospitales, abarrotados de gente y creo que vacíos de todo lo demás, al menos del más mínimo sentido de piedad, hasta que alguno admite al desdichado paciente. Muchos han muerto en el trayecto o en la espera. Otros son arrojados de la ambulancia ya que no encuentran cupo.
Una vecina caritativa, que le llevaba agua y comida, comprobó que Carmen agonizaba y llamó a la ambulancia. El socorrista intentó aliviar sus últimos momentos, atendiéndola con esmero, y con algo que hasta hace poco se llamaba compasión. Sin embargo, no logró que ningún hospital la admitiera. La mujer, ya muriéndose, desesperada, le rogó que la dejara en la calle y así lo hizo. Y ahí se murió.
Contra todo morbo, un testigo decidió filmar aquella escena de espanto como prueba del comportamiento homicida de las autoridades. Ver el cuerpo esquelético de Carmen, en una situación intolerable para cualquier ser viviente, ya no digamos para un ser humano, le arranca a uno la piel de los ojos.
¿Fin de la historia? Cuando estalló el escándalo, el socorrista fue despedido y santo remedio.