El encuentro de Trump/Vance con Zelenski en la Casa Blanca constituye un punto de inflexión que parece marcar el inicio de una nueva era en las relaciones internacionales. Es evidente un viraje de 180 grados, que pone fin a la política exterior de los gobiernos republicanos y demócratas de los pasados 80 años.
Se rompió el diálogo trasatlántico, ya de por sí deteriorado desde la década pasada. Se puso de manifiesto la coincidencia de posiciones en organizaciones intergubernamentales entre Washington, Moscú, Piongyang, Minsk y Budapest respecto a un orden internacional iliberal. Uno en el que las súper y grandes potencias recurren a formas duras y abusivas del poder para lograr sus intereses.
Trump se une al concierto de líderes característicos del “autoritarismo competitivo” (concepto de Steven Levistky). Quiere la normalización de relaciones con Moscú y, para ello, está dispuesto a sacrificar a Ucrania, dejándola bajo control ruso. Y se suma China, para completar un triángulo estratégico.
La política exterior de la Casa Blanca se fundamenta en la de los años 1950; pero con visos del soberanismo de los años 1920, del movimiento de “América primero” de la década de 1930 y de políticas de finales del siglo XIX. Mientras que, en materia de sanciones individuales (revocatoria de visas), aplica una especie de macartismo exterior.
La visita de Zelenski a Washington constituyó un acto propio de un reality show montado a la medida para la ocasión, y el mandatario ucraniano se dejó atrapar. Lo que se vio fue el uso de la humillación como táctica diplomática (por eso, la primera frase de Trump fue que el invitado había llegado vestido de fiesta). Ese montaje es propio del estilo de posverdad de Trump, ahora complementado por un discurso de ultraderecha de Vance –que se evidenció en sus palabras en la Conferencia de Seguridad de Múnich, responsabilizando a las democracias europeas de los problemas del continente–. Aunque lo cierto es que el ucraniano no tenía mucho margen de maniobra.
La humillación, la amenaza, la ofensa y hasta los gritos son el nuevo modus operandi de la Casa Blanca con la dupla Trump-Vance. De esto no solo Zelenski puede dar fe, sino también algunos mandatarios centroamericanos.
Mientras tanto, en Londres, el primer ministro Starmer procura convertirse en el interlocutor trasatlántico, convencido de que su visita al Despacho Oval fue un éxito diplomático (no hubo reality show). Quiere recuperar el protagonismo histórico del Reino Unido en Europa (tras el desastre del brexit), para salvar a Europa. La Cumbre de Londres, Asegurando Nuestro Futuro, propuso una agenda para lograr la paz con fortaleza. Esto requiere del apoyo de Washington.
El mundo se encamina hacia dos posibles escenarios: uno de un conflicto sistémico entre las superpotencias que reconfigure el orden internacional, porque la invasión de Rusia a Ucrania es similar a las situaciones de 1914 y 1939. Putin busca colonizar el resto de Ucrania, porque ya anexó a Rusia el 20% del espacio ucraniano. Y dos, una conferencia Yalta 2.0, en la que no estará el líder británico, sino Xi Jinping, que, junto con Trump y Putin, establecerán las esferas de influencia de esas potencias, a partir de lo que se conoce como la “doctrina Putin”.
Mientras que el multilateralismo de las organizaciones intergubernamentales pasa a un segundo plano y solo le sirve a Washington –su principal defensor desde 1945– en ciertas ocasiones, como la del 24 de febrero, en que formó alianza con Moscú y otros países que no hace mucho eran parte del “eje del mal”, para votar en contra una resolución en la que se condenaba a Rusia por la invasión de Ucrania. Trump ha calificado a Zelenski de dictador y de fracasado; y a Putin como un aliado para buscar la paz. O sea, se negocia con el agresor para repartirse el territorio del país invadido, al mejor estilo de las potencias imperiales del siglo XIX. Por eso el mundo está frente a una nueva era de las relaciones internacionales.
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Carlos Murillo Zamora es catedrático de Administración Pública y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional (UNA) y director del Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo de la Universidad de Costa Rica (UCR).
