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Isla del Coco. Foto: Geiner Golfin.
Es mucho lo que se ha dicho sobre las islas. Me arriesgo a agregar algo más que se detiene en su forma. Me refiero a la isla como figura y al hecho de que, sea cual sea la isla, siempre tiene finales, porque la isla es, en sí misma, un límite.
Una isla es un territorio delimitado por el agua, un pedazo de tierra, un finisterre, un espacio con derroteros y señales en su circunferencia, sea físico o mental. A las islas se llega de manera voluntaria u obligada, y se parte de regreso hacia algún otro lugar donde imaginarlas.
Grandes o pequeñas, solitarias o pobladas, las islas son el símbolo perfecto de las utopías, aunque también lo son de las tinieblas, la soledad y la muerte. Recordemos los cementerios en islas desde tiempos prehispánicos; la obra de teatro La tempestad, de Shakespeare, donde se liberan los embrujos; o la novela La isla de los hombres solos, de José León Sánchez, territorio de condena y prisión.
Parque jurásico, novela de Michael Crichton, fue creada por su autor en Puntarenas, viendo al golfo donde imaginó una isla con animales extintos y modificados, por dar unos ejemplos hasta llegar a la reciente película Glass Onion.
Mención aparte tienen el reino perdido de la Atlántida, que sigue siendo leyenda, aunque algunos insistan en saber dónde está; las islas continentes, donde se cree que se vivía de maneras legendarias; las fantásticas islas paraíso, iniciadas con el Edén hasta transformarse en los paraísos fiscales de las Bahamas; las islas del destierro, las islas salvajes o islas desiertas donde se sobrevive y se es libre de los condicionamientos sociales y donde ahora se filman reality shows. Todas son islas con principio y fin.
Platón, Campanella, Tomás Moro imaginaron y escribieron sobre modelos sociales y políticos creados y desarrollados en islas. Utopías fuera de todo lugar que no existen fuera de las islas mentales, donde la idea puede moldear libremente la materia para llegar a ser una región acorde con los sistemas propuestos.
Islas efímeras, que existen un tiempo y luego desaparecen o aparecen de pronto tras la erupción de un volcán. Islas donde reina el minotauro y los héroes deberán conquistar su templo para vencer al destino. Islas vigía, desde donde alumbran los continentes y sus culturas, mientras se negocian bienes y se comparten lenguas entre los viajeros.
Ítaca, isla de Kavafis, símbolo de la vida como un camino de conocimiento. Isla puerto, isla espejo, donde mirarnos como escuela de los años. Isla tiempo, que nos recuerda que lo importante es el recorrido y no la meta. Y, para terminar con los ejemplos que me vienen a la mente, La isla del día de antes, novela filosófica de Umberto Eco, donde narra los recuerdos de un náufrago que tiene por casa una isla nave abandonada.
Cada isla con su dimensión, desde Homero hasta Huxley, de ser lugares para la utopía a ser nidos de las distopías, todas tienen sus límites, y esta es mi reflexión. No hay isla sin dimensiones, exista en la realidad o no, porque necesitamos delimitar lo que apreciamos.
El cerebro es así, necesita de la materia para funcionar, necesita decir esta es una flor y no una arepa. Esto tiene un borde y no es el piso porque es una mesa. Así que, en nuestra percepción, una isla es un espacio delimitado que nos pone de un lado o del otro del límite que la conforma. Recordamos esto cada vez que pensamos en ella. Estamos en la isla o no estamos. Vamos a llegar o nunca llegaremos.
Nos aislamos, dejamos de ser los demás para ser solo nosotros mismos. No somos los demás, somos una unidad de sentido, una medida que nos referencia ante la realidad. Un cuerpo con límites que nos identifica, uno y no ocho. Una mentalidad, una personalidad, una forma de ver el mundo. Somos islas que nacen y mueren. Puntos de luz, pero también lugares materiales con consciencia de nombre, de año, de peso y de altura.
Así, las islas, pedazos de tierra o sueños, rodeadas de agua, son una buena metáfora de la materialidad que necesitamos para emocionarnos, e incluso para argumentar sobre la misma libertad, que en su símbolo occidental de estatua levantando una antorcha se encuentra en la entrada de Nueva York, en forma de isla.
La autora es filósofa.