
Desde que los talibanes tomaron el poder en Afganistán en 2021, la libertad de las mujeres, ya de por sí restringida por los valores tradicionales de la sociedad afgana, no ha hecho más que deteriorarse. El nuevo gobierno impuso un código de vestimenta rigurosísimo para las mujeres: el uso obligatorio de la burca, que no deja al descubierto más que los ojos, o el niqab, que cubre hasta los ojos con un velo.
Asimismo, se les prohibió usar zapatos con tacón, ya que el sonido producido por una mujer caminando puede resultar “perturbador” a los oídos de los hombres. Las mujeres no solo tenían que taparse de pies a cabeza en público; también se les prohibió salir solas a la calle y, desde hace cinco años, tienen que hacerlo acompañadas por un pariente cercano masculino –así sea un hijo varón–, si se alejan más de cien metros de su domicilio.
Luego vinieron las medidas restrictivas con respecto a la educación y al empleo. Se les prohibió a las mujeres estudiar más allá de la educación primaria y trabajar fuera del hogar. Esta última medida ha tenido consecuencias incalculables para todas las mujeres, no solo para aquellas integrantes de la fuerza laboral. Las mujeres habían sido tradicionalmente muy numerosas en los sectores de salud y belleza.
Dada la prohibición de que un hombre toque a una mujer –con excepción de padres, marido e hijos–, las posibilidades de acceso de la mujer a cuidados médicos se han restringido enormemente. La cantidad de mujeres médicas y enfermeras es extremadamente reducida para responder a las necesidades de la población femenina y dadas las crecientes dificultades para estudiar –por Internet, por ejemplo– amenaza con reducirse aún más. Las consecuencias de estas restricciones se presentaron de manera dramática después del terremoto de agosto de este año: fueron desastrosas para las mujeres, ya que muchas damnificadas no tuvieron acceso a cuidados de primeros auxilios al no haber mujeres atendiendo.
LEA MÁS: Los talibanes y las mujeres afganas: Todo lo que es prohibido para ellas
Después de que los talibanes les prohibieron ir a los gimnasios, a las ferias e inclusive a los parques públicos, los salones de belleza se habían convertido en un lugar de reunión privilegiado para las mujeres, prácticamente la única oportunidad que tenían de socializar fuera de la familia más cercana. Pues los cerraron.
Más recientemente, se les ha prohibido a las mujeres hablar en público, ya que ningún hombre –que no sea un familiar cercano– debe oír la voz de una mujer, no vaya a ser...
Las ventanas de las viviendas que dan a la calle deben estar opacadas de manera que impidan que algún transeúnte pueda ver a una mujer en sus labores cotidianas. La invisibilización es absoluta.
Internet era la única ventana al mundo que les había quedado a las mujeres afganas. Gracias a la red de redes se podían comunicar con el mundo externo: tener un mínimo de vida social, enterarse del acontecer más allá de las cuatro paredes de sus moradas, leer y hasta estudiar clandestinamente. Eso se acabó el 15 de setiembre pasado, después de que los líderes talibanes, desactivaron Internet aduciendo que fomentaba valores antiislámicos. Esto, pese a las consecuencias nefastas del cierre del espacio cibernético en todo el país para la economía, el comercio e incluso la seguridad.
El servicio ha sido parcialmente restablecido, a un costo exorbitante para los particulares.
ceguizab@icloud.com
Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.
