Repasar brevemente la historia de nuestro país nos permite detenernos en hechos, acciones y nombres de mujeres y hombres a quienes debemos lo que somos hoy como una sociedad democrática asentada en el respeto a los derechos humanos.
En la cuarta década del siglo XX habíamos legislado constitucionalmente creando un régimen de garantías sociales y políticas para todas y todos los habitantes del país, sin discriminaciones. Un sistema de seguridad social y educación pública y algo insólito en el mundo: abolimos el ejército. Sabíamos que éramos entonces orgullosamente excepcionales en nuestra región.
En 1969 fuimos sede de la aprobación de la Convención Americana de los Derechos Humanos (Pacto de San José) por parte de la OEA, en la cual se creaba un órgano judicial inédito en el continente: una Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Correspondió años después al gobierno del presidente Rodrigo Carazo (1978-1982) liderar los esfuerzos diplomáticos para que, en julio de 1978, la Convención entrara en vigor y la Corte Interamericana abriera sus puertas en San José, Costa Rica, su sede permanente desde mayo de 1979.
Los de la década de los 70 eran años muy difíciles en nuestro continente. La democracia de unos pocos países se enfrentaba con cruentos conflictos armados en Centroamérica y atroces dictaduras en el Cono Sur que cada día producían miles de víctimas que no contaban con amparo judicial alguno, nacional ni internacional. Solo la Comisión de Derechos Humanos creada en la Carta de la OEA en 1959 prestaba una voz de investigación, denuncia y algunos esfuerzos de medidas de protección.
Cuando la Corte Interamericana empezó a funcionar hace 43 años, la integraban siete jueces bajo el liderazgo y presidencia de nuestro gran jurista el Dr. Rodolfo E. Piza Escalante, acompañado del Dr. Thomas Buergenthal y destacados juristas del continente: el expresidente de Honduras Dr. Carlos Roberto Reina, el venezolano Dr. Pedro Nikken, el peruano Dr. Máximo Cisneros y Huntley Munroe, de Jamaica.
Entre esos primeros jueces que inauguraron este capítulo trascendental de los derechos humanos en nuestro continente y en el derecho internacional de los derechos humanos, ¿quién era Thomas Buergenthal, académico, profesor, escritor, luchador sin tregua por la igualdad, la dignidad y la libertad de todos los seres humanos, quien venía de Estados Unidos, pero había nacido en 1934 en la antigua Checoslovaquia, hijo único de una familia judía?
Misión de su vida
Contestar esa pregunta sobre la vida y la obra del Dr. Buergenthal, quien nos acaba de dejar a los 89 años, es tarea que excede el propósito de estos apuntes que dedico a su memoria para no olvidar cuánto le debemos.
Su vida fueron muchas vidas a partir del momento en que siendo un niño sobrevivió el horror del Holocausto, de Auschwitz y de la marcha de la muerte de los tres días a Sachsenhausen. Los años en que vivió el hambre, el miedo a morir, el dolor irreparable de la pérdida de su familia, de su país, sus tradiciones, su nacionalidad.
En su libro autobiográfico Un niño afortunado (2007) nos cuenta esa historia, cuya lectura tendría que ser obligatoria en escuelas y colegios del mundo. El Dr. Buergenthal narra cómo una adivina le predijo a su madre, en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que el niño Tom tenía una buena estrella que lo libraría de la suerte que luego corrieron millones de judíos bajo el régimen nazi, incluida toda su familia (con excepción de su madre).
En el año 2001, al inaugurarse el Museo del Holocausto de Estados Unidos, dijo “yo vi el hecho de haber sobrevivido como una victoria que gané sobre ellos”. Y esa victoria la transformó en la misión de su vida: trabajar por los derechos humanos y la justicia internacional alrededor del mundo.
Por su misión de ir hacia donde fuera requerido por las víctimas de graves violaciones de los derechos humanos, Tom, como le llamamos siempre quienes nos honramos con su amistad, llegó a Costa Rica al final de esa década de los 70.
A su compromiso con el Sistema Interamericano de Derechos Humanos debemos que la Corte Interamericana haya desempeñado por más de 40 años un papel trascendental en la promoción, protección y progreso de los derechos fundamentales de las personas frente a la arbitrariedad del poder político y haya dado a las víctimas su papel esencial en la aplicación de la justicia.
La jurisprudencia que desde el principio sentaron las opiniones consultivas y las sentencias de la Corte Interamericana, de muchas de las cuales Tom era promotor (la tipificación de la desaparición de personas como crimen internacional, por ejemplo), es pilar fundamental de los modernos Estados de derecho y de las democracias que fueron asentándose en nuestro continente.
Educación y derechos de las mujeres
Tom creía también en el valor de la educación como mecanismo de prevención y promoción de los derechos humanos. Esos valores esenciales en la formación de las personas desde la primera infancia. Presentó entonces al presidente Carazo la idea de crear un instituto que se dedicara exclusivamente a las tareas de educación, investigación y promoción en derechos humanos, un órgano independiente pero anexo a la Corte Interamericana y parte también del Sistema Interamericano.
Con un convenio entre el gobierno de Costa Rica y la Corte nació el Instituto Interamericano de Derechos Humanos en 1980, que durante muchos años ha desarrollado una extraordinaria labor de educación, investigación y promoción. Sus programas a lo largo y ancho del continente siembran esas semillas que guiaron siempre el magisterio del Dr. Buergenthal.
Después de sus años en Costa Rica, en la Corte Interamericana y en el Instituto, Tom regresó a Estados Unidos, a sus cátedras, a su activismo mundial, a las comisiones investigadoras de horrendos crímenes contra la humanidad (los cometidos en la guerra en El Salvador, entre ellos). Llevó con él a la familia que formó aquí con la querida Peggy, su compañera de vida, su recién aprendido español y la gratitud de todo un continente.
En la Conferencia Mundial de Derechos Humanos realizada en Viena en 1993, apoyó sin dudar nuestras luchas para que se reconociera en el derecho internacional de los derechos humanos que los derechos de las mujeres son derechos humanos.
Formó parte de los grupos de delegados que recibimos en una sesión histórica a las mujeres víctimas de la alucinante violencia sexual que sufrían para entonces en la guerra civil de la antigua Yugoslavia.
Trabajó en las Naciones Unidas para que se formara un tribunal penal internacional ad hoc para juzgar a los responsables militares y políticos de esa guerra. Creado el tribunal por el Consejo de Seguridad, el gobierno de Costa Rica quiso proponerlo como juez. Al final no fue posible, pero gracias a su iniciativa y el apoyo de nuestro gobierno, yo fui nombrada en ese tribunal ad hoc y comencé una carrera en cortes penales internacionales que cambió mi vida. De ese cambio Tom fue mi mentor y maestro.
En la primera década del siglo XXI, fue nombrado juez en la Corte Internacional de Justicia en La Haya, el máximo tribunal de las Naciones Unidas, donde también desarrolló a través de sus votos, a veces en solitario, una jurisprudencia que se sigue aplicando.
Han pasado muchos años de estas memorias y ahora Tom nos ha dejado físicamente. Al pasar de esos años y pese a la cada vez mayor importancia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para la justicia que reclaman las víctimas y para la democracia de nuestros países, me temo que en Costa Rica y en el continente se ha ido borrando el sentimiento de deuda histórica que contrajimos con el Dr. Buergenthal.
En nuestro continente vivimos tiempos borrascosos. En la gran mayoría de los países la democracia y los derechos humanos han sido devaluados por fenómenos políticos y sociales que nos preocupan.
En horas así, resulta más importante que nunca rendir homenaje y mantener viva la llama que prendió Tom para alumbrar los cimientos de una democracia basada en los derechos humanos. Ese debe ser nuestro compromiso, como fue su misión. Gracias por siempre, Dr. Buergenthal, querido Tom.
La autora es expresidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
