
Ya rompieron los vientos de diciembre, tiempo singular en que la luz de la esperanza ilumina nuestros encuentros con los seres queridos.
Este año, mientras compartimos quizá el último tamal y reflexionamos sobre el futuro, no puedo evitar sentir nostalgia por una forma de gobernanza que privilegió la serenidad reflexiva sobre la polarización visceral. Es en este contexto donde un adagio resuena con inquietante vigencia: “un loco hace miles”.
La literatura, fiel espejo de la condición humana, nos lega muchos arquetipos magistrales que desentrañan los mecanismos de esta peligrosa dinámica. Les cuento sobre tres:
1. El loco pasional: la seducción de la obsesión (Ahab en Moby Dick)
Melville nos presenta al Capitán Ahab, figura épica cuya obsesión por vengarse de Moby Dick trasciende la mera cacería para convertirse en una cruzada sin retorno. Ahab no coacciona; seduce. En un acto ritual, clava un doblón de oro en el mástil, transformando su locura privada en un objetivo colectivo y glorioso. La tripulación del Pequod, inicialmente motivada por el lucro, es gradualmente hipnotizada por el carisma feroz y la narrativa apocalíptica de su capitán.
Starbuck, el primer oficial, encarna la razón que reconoce la locura, pero se ve arrinconada por la marea de fanatismo. Su protesta –“¡Vengo a cazar ballenas, no a cumplir las venganzas de mi capitán!”– es el grito ahogado del sentido común en medio del huracán emocional. El trágico final, con el naufragio de todos, salvo Ismael, nos advierte: el peligro no radica únicamente en el loco, sino en la disposición de los miles a abdicar de su juicio crítico ante una narrativa poderosa y emocionante.
2. El loco filosófico: el terror de la lógica absoluta (Calígula de Camus)
Si Ahab es fuego, Calígula es hielo lúcido. Camus no nos presenta a un demente, sino a un emperador que, confrontado con el absurdo de la muerte, decide rebelarse imponiendo la lógica del sinsentido a su imperio. Su locura nace de llevar una premisa filosófica –“lo que no es lógico es inútil”– hasta sus últimas y nihilistas consecuencias.
Calígula no seduce; impone. Sus actos arbitrarios –desde el burdel público hasta designar a la luna como heredera– son lecciones terroríficas destinadas a que todos experimenten la misma libertad vacía y aterradora que él ha descubierto. Cherea, el conspirador, no representa al héroe moral, sino al hombre práctico que entiende que esta lógica, aunque coherente, es incompatible con la vida misma: “Él nos priva de razones para vivir”. La advertencia camusiana es profunda: la razón divorciada de la ética y la compasión se convierte en la más destructiva de las locuras.
3. El loco sistémico: la normalización de la sinrazón (El Gran Hermano en 1984)
Orwell lleva el adagio a su escala máxima y más aterradora. Aquí el “loco” no es un individuo, sino una entidad burocrática y abstracta: el Partido. Su objetivo ya no es la venganza ni la iluminación filosófica, sino el poder perpetuado a través del control total de la realidad.
El mecanismo orwelliano opera a través de:
· La neolengua: Un proyecto de ingeniería lingüística para reducir el espectro del pensamiento y hacer la disidencia literalmente impensable.
· La Doblethink: La exigencia de abrazar contradicciones flagrantes (“la guerra es la paz”), destruyendo la racionalidad interna del individuo.
· El enemigo fluido: La capacidad de redirigir el odio colectivo de manera instantánea y arbitraria, anulando la memoria y la lealtad.
Winston Smith simboliza la lucha por la autonomía mental en un mundo donde la locura se ha hecho lo normal. Su derrota final, su amor al Gran Hermano, marca la victoria total del sistema: no solo ha hecho miles, sino que ha logrado que el disidente internalice voluntariamente la locura.
El antídoto en la cordura cotidiana
Hoy, estos espejos literarios reflejan nuestras realidades con precisión escalofriante. Vemos “Ahabs” que movilizan con relatos de resentimiento y venganza social; “Calígulas” tecnócratas que aplican lógicas económicas o políticas implacables y deshumanizantes, y ecos del “Gran Hermano” en la manipulación de la información, las cámaras de eco digitales y el lenguaje eufemístico que vacía de significado los actos más graves, como “se matan entre ellos” porque ellos también somos nosotros.
La trilogía nos deja una lección unánime: el antídoto reside en la defensa activa y valiente de la cordura. Esto significa:
· Cultivar el pensamiento crítico de Starbuck, cuestionando las narrativas emocionalmente seductoras pero destructivas.
· Ejercer la resistencia práctica de Cherea, defendiendo los significados compartidos y la ética frente a lógicas frías y absolutas.
· Preservar la integridad mental de Winston, aferrándonos a verdades básicas y a la memoria histórica frente a la distorsión sistemática.
En estos días, al anhelar paz y reflexión serena, recordemos que construir el futuro que deseamos requiere más que buenos deseos.
Exige el compromiso diario de no renunciar a nuestro juicio, de buscar la verdad más allá del relato simplista y de tener el valor de ser la voz que, en medio de los miles, se niega a seguir al loco, sea cual sea su disfraz. La cordura, al final, es un acto de amor cívico extraordinario.
miguel.gutierrez.saxe@gmail.com
Miguel Gutiérrez Saxe es economista.