¿Qué se festeja esta semana: un árbol o un niño? ¿O tal vez la infancia? La temprana infancia, de la que alguien decía, mientras miraba a un niño que luchaba para subir con incipiente empeño, rodilla tras rodilla, una escalera: «Infancia, / tiempo de inocencia; / tiempo de las gradas altas y los pies pequeños…».
¿Un niño o una niña? Cuenta el guionista, director de cine y novelista italiano Andrea Camilleri, en un tramo de sus Ejercicios de memoria, de uno que llega a la misa del gallo y terminada la ceremonia se acerca al párroco y le pregunta: «Perdone, ¿podría decirme de qué sexo es?».
El interpelado se sorprende, no sabe si ha oído bien: «No entiendo. ¿Cómo ha dicho?». «Me gustaría saber si la criatura que ha nacido esta noche en una cueva es niño o niña». «¡No me venga con chistecitos!».
Mientras tanto, los presentes se quedan helados: «¡Blasfemo!», increpa el cura. Todos tienen la sensación de que a aquel hombre le falta un tornillo. Pero una mujer grita: «¡Es un niño! ¡Es un niño!». Y todo se zanja con un abrazo.
Valga hacer hincapié en que Camilleri narraba esta historia cuando su infancia hacía mucho tiempo había quedado atrás, tenía más de noventa años, estaba ciego y necesitaba ayuda para escribir.
Aun así, se llevaba trabajo a su casa del monte donde pasaba vacaciones.
El incidente data de la Nochebuena de 1939. A continuación, una época infame, ajena por completo al espíritu que late en aquella celebración: la guerra.
Muy distante, también, del mundo futuro de la paridad de género, que en cierto modo asoma en el relato de Camilleri, aunque no tan distante de El segundo sexo, que Simone de Beauvoir escribirá una década más tarde.
No sé ustedes, pero en lo que me concierne este año no festejo el árbol, que expresa el boato de la Navidad; tampoco el niño, que es su sencillez y su inocencia.
Voy a celebrar mi infancia: pensándolo bien, le debo una a mi infancia. Ahora puedo decir de ella: «Éramos tan felices entonces, y no lo sabíamos; ahora, ya lo sabemos».
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El autor es exmagistrado.