En los años que pasé en el Liceo de Heredia, el establecimiento poseía una biblioteca heredada del pasado, menoscabada por el hurto más que por el uso, bastante bien poblada.
Podían encontrarse allí obras peregrinas, escogidas con esmero, extrañas a los circuitos literarios tan precarios por los que ya entonces discurría la enseñanza media.
Recuerdo haber leído ahí, para citar solo dos, La historia de los girondinos, de Alphonse de Lamartine, y Las dos carátulas, de Paul de Saint Víctor.
El lugar tenía serenidad y silencio, como convenía a su naturaleza. Al contrario de las ruidosas aulas del Liceo, invitaba a hacer novillos, sustraerse de las fabulaciones trilladas de la mayoría de las clases y tener comunicación con autores ilustres en las mesas oscuras, desgastadas y cálidas.
Pero en la trastienda de la biblioteca, inaccesibles para los habituales y para los que no lo eran, había unos armarios cerrados a cal y canto donde estaban los libros prohibidos, los clausurados, seguramente de los incluidos en el Índice católico, vaya usted a saber cuáles, que marcaban la frontera entre lo que se reputaba conveniente a la fe y a la moral juveniles y lo que, en cambio, podía perturbar el adoctrinamiento y hasta dañar la imaginación adolescente.
La bibliotecaria era una celadora amable, pero incorruptible, que cerraba despiadadamente el paso a ese mundo vedado.
¿A quién le importa este recuerdo, salvo a mí mismo? Si lo traigo a colación, es porque se me ha venido a la cabeza al mirar a la diputada que, según la información de este periódico, permaneció de pie durante casi nueve horas en el centro del plenario legislativo, descalza y sobre una toalla blanca, para oponerse a proyectos de ley de despenalización del aborto.
Hubo legisladores que emplearon medios pintorescos para reclamar cosas que les parecían relevantes, como, verbigracia, la asignación de la curul.
En este caso, la imagen de la pertinaz legisladora, rotunda e inflexible, negada a todo diálogo en un asunto concerniente a la vida y el bienestar de otras personas y no solo a sus convicciones o su fe, me transporta a la trastienda de la biblioteca, al mundo de lo indiscutible, lo prohibido, sordo y mudo.
El autor es exmagistrado.
Vea aquí tomas de la biblioteca en el 2016: https://www.facebook.com/bibliotecasdecostarica/videos/208667196235438