He escuchado, con alguna frecuencia, que Donald Trump no es tonto, que es un tipo astuto, que tiene formas disruptivas de los estilos tradicionales de la política de alto alcance, y que es capaz de mover los hilos de la conversación, local y global, hacia donde a él y a sus colaboradores cercanos les interesa.
En poco más de un mes, ha sacudido las esferas local y mundial con su avalancha de órdenes ejecutivas, de todos los colores, sabores, aromas y alcances. Ha disparado como con escopeta y hacia todas las direcciones.
Múltiples expertos en el análisis de la política internacional y la economía –evidentemente, no seguidores suyos–, coinciden en que sus decisiones en política internacional son arranques irracionales carentes de todo sentido en la alta política y la diplomacia. Lo mismo sobre sus arrojos respecto a una guerra comercial contra casi todo el mundo, pero en especial contra China, que muchos han calificado como la más estúpida de la historia. Quizá, víctima del sesgo de confirmación, no logro encontrar argumentos bien fundamentados esgrimidos por actores de alta credibilidad, contrarios a esas afirmaciones.
Como ni la política internacional ni la economía son lo mío, y las observo desde mi nicho natural, que es la salud pública, me concentraré en los efectos que producirán, en muy corto plazo, cuatro de las muchas decisiones tomadas por la administración Trump en lo que va de su mandato. Estas ya se veían venir y no son, absolutamente, sorpresivas. No desde que se anunció a Robert Kennedy Jr. como secretario de Salud y Servicios Humanos, y a Elon Musk como encargado de hacer más eficiente el aparato estatal gubernamental. Anticiencia y avaricia galopando juntas.

La decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), junto con la reducción del financiamiento a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) y los Institutos Nacionales de Salud (NIH), tendrá consecuencias significativas tanto a nivel global como dentro de esa nación. Estas medidas afectarán especialmente a las poblaciones más vulnerables, pero tendrán también repercusiones en las clases privilegiadas.
La reducción del financiamiento a la USAID limitará programas esenciales de desarrollo, educación y salud en países pobres, impactando la lucha contra enfermedades infecciosas, el acceso a medicamentos y la mejora de sistemas sanitarios. La salida del Acuerdo de París, justificada como una medida para proteger los intereses estadounidenses, es una decisión miope que debilita la lucha global contra el cambio climático. Estados Unidos es uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero, y no cumplir con este acuerdo aumenta el riesgo de impactos climáticos severos como sequías, inundaciones y fenómenos meteorológicos extremos. Además, podría desincentivar a otros países a cumplir sus metas climáticas.
La retirada de la OMS, sin duda, debilita la capacidad global para coordinar respuestas efectivas a pandemias y crisis sanitarias, limitando programas de erradicación de enfermedades y distribución equitativa de vacunas. Esto podría fragmentar los esfuerzos de salud global y erosionar la confianza en las instituciones internacionales. Javier Milei, en Argentina, siguió esa ruta, y nadie puede asegurar que no haya nuevas salidas. Irónico es que esos países perderán acceso a alertas tempranas y asesoramiento técnico crucial, aumentando los riesgos sanitarios internos.
Finalmente, los recortes al presupuesto de los CDC y los NIH, pilares en investigación médica y respuesta a enfermedades infecciosas, limitarán avances científicos cruciales, como el desarrollo de tratamientos y vacunas. Esto no solo afectará a EE. UU., sino también a otros países que dependen de estos avances. Además, el debilitamiento de los CDC podría retrasar la detección y respuesta a crisis sanitarias internacionales, poniendo en riesgo la salud pública mundial. En conjunto, estas decisiones representan un retroceso en la cooperación global y en la capacidad para enfrentar desafíos compartidos como el cambio climático y las pandemias.
Parece que Trump y su gente no comprenden que lo que ocurre en el patio ajeno afecta lo que ocurre en su casa. Lo grave aquí es que el patio ajeno es el mundo completo: somos una sociedad global. Toma con suprema ligereza que su país no cuenta con un sistema de salud de cobertura universal, sino que se basa principalmente en seguros privados de alto costo, y en programas públicos como Medicare (para personas mayores de 65 años y algunos discapacitados) y Medicaid (para personas de bajos ingresos).
Estas decisiones, con clara afectación a la salud de su propia población, dizque protegiendo los intereses de su país, son un disparo a su propio pie. Si no son una serie de tonterías, solo podría calificarlas como delirantes perversiones.
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.